Tengo recuerdos confusos. Tenía 6 años. Sí logro entrever a mi aita y a mi ama, acompañados de Joaquín, con los ojos semicerrados sentados en torno a aquella radio marrón marca International que presidía la sala. También vislumbro el tono de preocupación de sus voces, las llamadas de teléfono, los susurros a uno y otro lado del aparato. La palabra Francia, que no lograba encajar en la vida cotidiana, salió a colación en algunas ocasiones.
Mi familia estaba significada, habían militado en partidos de izquierdas en la clandestinidad, habían participado de movilizaciones sindicales, de manifestaciones, de huelgas, habían luchado por una sociedad más justa, mejor. La irrupción de Tejero en el Congreso de los Diputados aquella tarde de 23 de febrero rememoraba tiempos oscuros y atroces.
Podría recomponer parte del relato con la ayuda de mi ama, decir que esa tarde, cuando todo estalló, Joaquín nos traía a su hijo Ibon y a mí de karate, que subieron a casa y allí se quedaron alojados el resto de la noche, que su mujer, Maribel, estaba en el hospital con Aitziber, su hija recién operada, que cuando mi aita llegó de trabajar ya conocía la noticia a través de la radio. Las puertas de las casas cerradas, la mayoría de las luces apagadas, silencio sepulcral en aquel barrio fabril de Barakaldo. Todo era confuso.
Podría confeccionarlo así, pero en mi mirada de niño, todo cobraba cierta sensación de irrealidad, de sueño, de aventura en sordina. Recuerdo el color de la moqueta y de las paredes, podría dibujar la radio marrón sin temor a equivocarme, esbozar un trazo de mi ama sentada en el pasillo hablando por teléfono, jugar con el disimulo infantil lo más próximo al escenario de los adultos para permanecer atentos a lo que sucedía. Éramos muy pequeños, seis años, pero es verdad que el espíritu de aquella noche se ha quedado impregnado en la memoria como un velo de neblinas. Sin duda había una vibración de temor en el ambiente, quizá no era miedo y tenía que ver más con la expectación de no saber qué iba a pasar. Toda la noche escuchando el transistor.
Con el paso de los años, hemos ido componiendo el puzle en mil ocasiones, situándonos, dónde estaba cada cuál, con quién, qué hacíamos todos aquella tarde noche. Algunos de los recuerdos se achican hasta arrinconarlos, otros se agrandan hasta magnificarlos.
Sin embargo, no logro encontrar en mi memoria el 24F, lo que ocurrió ese día. Lo que pasó después, cuando el golpe armado se desarmó y vimos aquellas imágenes de soldados saltando por las ventanas del Congreso. Mis recuerdos ahí se diluyen. Puede que escuchara descorchar botellas de champán. O que sea una idea implantada, mi ama me sacará o no del error. Todo lo he reconstruido después.
Pero sí me quedó prendada una idea que me ha llegado hasta ahora.
La democracia es un derecho conquistado por la ciudadanía. No debemos olvidarlo nunca, nunca. Yo jamás olvidaré aquella vibración en el aire, aquel rastro de ozono que parecía cubrirlo todo, el silencio y el temor ante una radio marrón de marca International. Nunca.