Tantas capas tiene esta ciudad, la una sobre la otra, yuxtapuestas, complementarias, contradictorias, pero estrechamente dependientes como las sensaciones que empujan mi espíritu estos últimos días. Sensaciones igualmente contradictorias y yuxtapuestas y complementarias.
El hondo vacío que provocó en nuestras calles la devastadora pandemia en el verano del año pasado, la ausencia mayoritaria de turistas, de viajeros, nos hizo entrever una ciudad posible, más allá de los excesos que provocan los estíos, quizá una ciudad más amable con los residentes, más accesible, más posibilista.
Era una sensación falsa con consecuencias nefastas para una economía amordazada por el virus y en la que tantos negocios dependientes del monocultivo del turismo se vieron abocados al cierre obligado, temporal o definitivo, a su transformación radical o al limbo injusto de la incertidumbre.
Esa Marbella que se sobrepone, la una a la otra, y en la que ambas padecen las consecuencias, la una y la otra.
Estas dos últimas semanas ha regresado el caos estival a la ciudad, ese caos de 2019, donde los servicios comienzan a abrirse por las costuras, las infraestructuras se demuestran una vez más obsoletas, los equipamientos urbanos inexistentes o raquíticos. Caos en el que la vida cotidiana se demuestra difícilmente practicable en el día a día y que tantas molestias nos causa a tantos ciudadanos y ciudadanas.
En cualquier otro momento, estas sensaciones provocarían en mí la necesidad de reclamar un Plan Estratégico que quedó en agua de borrajas tras la ruptura forzada del gobierno del tripartito, reclamar un Plan Director de Turismo que tuviera en la investigación y el desarrollo a medio y largo plazo su objetivo más inmediato o, simplemente, porfiar más allá de lo indecible.
En cualquier otro momento. Porque hoy, ahora, entro en una contradicción solemne conmigo mismo y considero que esta reactivación por la vía de la sobreexposición es necesaria para sacar del pozo al eslabón más débil de la economía local, aquellas pequeñas y medianas empresas que han luchado con uñas y dientes este último año para lograr mantenerse a flote en el mar pandémico y que las familias que viven de ellas tengan aquí una oportunidad de salir de la vulnerabilidad, de rearmarse, de sobrevivir. Quizá por eso.
Quizá por eso, mi mente aplaza el necesario debate acerca del modelo de ciudad que queremos para Marbella, hacia dónde queremos ir, cómo queremos estructurarla, y en eso sí, la pandemia este año nos ha dado muchas lecciones. Una tregua, un aplazamiento.
Solo una tregua, solo un aplazamiento.