Parece mentira que un instante tan ínfimo, apenas un segundo, tenga la capacidad desde la responsabilidad individual de proteger el interés colectivo. Ayer a las 8:37h me vacuné con las personas de mi quinta, 1974, en el Palacio de Congresos de Marbella. Primera dosis, Pfizer.
He de reconocer que acudía a la cita con cierta inquietud, no sé si provocada por la trascendencia de este primer paso, por continuar el asombro ante el enorme avance de la ciencia o por el recuerdo de este último año que devastó en sus primeros compases las emociones y sentimientos de tantas familias, que nos abocó a un distópico confinamiento, o que ha laminado la viabilidad de tantos negocios.
Estoy sentado, creo que en el lugar incorrecto, pero frente al puesto que me ha asignado la aplicación de Salud Responde. Aún no ocurre nada más allá del trasiego de los convocados y del personal sanitario que discurrimos los unos con la interrogación en el rostro y los otros con la dinámica de la efectividad. También hay un nutrido grupo de guardias civiles que hacen benemérita cola en la zona adjunta a la que me corresponde. Hay algún saludo, reconocimientos más allá de la máscara y conversaciones breves en voz baja. La mayoría trasteamos con el teléfono móvil. Mayormente todo transcurre con tranquilidad y en silencio.
Los altavoces (respingo colectivo) nos avisan de que debemos llevar una identificación en la mano, DNI o Tarjeta Sanitaria, para agilizar el proceso y a partir de ahí, comienzan a recitar una retahíla de nombres con ese tono monocorde habitual que suele proceder en estas tesituras. Escucho cuatro o cinco apellidos antes que el mío hasta que me toca. Me atiende una enfermera joven que responde al nombre de Eva, así reza en su bata. Amable, cordial, eficaz. Me instruye, pregunta e informa y en ese segundo al que me remitía al comienzo ya tengo mi primera dosis puesta.
Le comento desde la ilusión casi infantil… ¡Qué bien!, ella sonríe tras la máscara y me contesta un ¡Pues sí! Salgo del punto de vacunación y espero mis quince minutos de rigor en el interior del Palacio de Congresos. Una vez concluidos, me acerco al punto de información, tal y como me ha indicado Eva que tenía que hacer, y se me asigna día y hora para la segunda dosis. 29 de junio a las 8:48 horas.
Me asomo a la calle, veo transitar gente aquí y allá. Sonrío levemente. Por ahora, escribo este artículo ayer a las 18:00h, sin efectos secundarios reseñables., pero cierto alborozo y regocijo en el corazón.