Veranofobia

19/06/2019
Mal será en un lugar como este, Marbella, declararse veranófobo, dado que cerca del 70% del PIB del municipio se sustenta en la industria que se genera en torno a esta época del estío. Pero me resulta irremediable. El calor y la humedad son, sin duda, de los causantes de esta fobia veraniega que ya me acompañaba desde mi Bizkaia natal y que se ha acrecentado con mi vida mediterránea.  

El calor me doblega, hace que me hinque de hinojos, que mi cuerpo primero y mi espíritu después claudiquen ante el embate del sol, que busque las formas más vampíricas de protegerme de los rayos del astro rey para refugiarme de la canícula bajo las sombrillas o mejor aún, bajo una “sombra dura” que diría mi aitite Daniel, esto es, la de una pared o la de un tejado. Una sombra recia.

Gorros y gorras, gafas de sol, crema de protección solar. El aparataje de esta piel caucásica mía me obliga no solo a huir del sol, si no a defenderme de él con denuedo. Y todo esto en el desarrollo de la vida cotidiana, sin tan siquiera pensar en bajar a la playa, que eso obligaría no solo a otro artículo, sino a una tratado oficialmente documentado de la estiba de carga playera y todos sus aditamentos.

Y luego está la humedad. Esa aliada que refuerza con tesón el calor provocado por el sol excesivo. La densidad plúmbea del aire al salir de la ducha por la mañana es directamente proporcional a la cantidad de sudor que un cuerpo humano puede exhalar y así llega el paroxismo del calor veraniego. La alianza perfecta de estos dos elementos es difícilmente combatible y aquí es donde el ingenio humano entra en liza.

El aire acondicionado entraña dos peligros y una razón ética. Los dos peligros son el aumento del consumo eléctrico de los hogares y el resentir de la economía doméstica y, por otro lado, la posibilidad de que un catarro veraniego irrumpa en nuestras vidas como un caballo de Atila. La razón ética se encuentra motivada en el calentamiento global y la pelea por la sostenibilidad, allá cada cual con el futuro que desee dejar a las generaciones posteriores.

Así que un servidor recurre a la voz de los expertos que dicen que el mejor sistema para combatir el calor húmedo (no así el seco) es el movimiento de aire, ya sea en forma de ventilador de mesa (mucho menos consumo que el aire acondicionado), de ventilador de techo, la opción ideal según los expertos (y sigue sin competir en gasto energético con el mencionado aire acondicionado) y, sabiduría popular, los abanicos.

En cualquier caso, mi veranofobia no se aplaca con estas triquiñuelas y se acrecienta su sintomatología según avanza el mes de junio y se adentra julio, esto eso falta de concentración, incipientes malas pulgas, lasitud corporal, espita de la mecha corta. Calor más Humedad, mala combinación.

Luego hay otros elementos que más tienen que ver con la organización de la ciudad de Marbella, sus infraestructuras y sus servicios con una población multiplicado por cuatro en los meses veraniegos que también influyen, pero con esos se puede convivir.

Eso sí, el verano me guarda una satisfacción, que es la playa justo en ese momento, ese, en el que el sol se pone, justo ese momento, no otro, y el cielo se tiñe de naranjas y morados, transformando el cielo en un cuadro impresionista. Ese momento.
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