Verde sobre verde

03/03/2021
Había llovido durante el fin de semana y el campo brillaba entreverado de humedad, umbrío y frondoso, semejándose más a los bosques septentrionales que al concepto de sur que se traduce del imaginario colectivo.  

La intención era modesta, caminar un rato por Puerto Rico Bajo, acercarnos al río, sacar un par de fotografías, sentarnos sobre una piedra o un tronco, desayunar, poner en marcha un sencillo “hamaiketako” y regresar a casa. Pero las sendas, las trochas, los caminos irradian en ocasiones un poder magnético imposible de soslayar. Y entre los “un poco más”, los pasos hacia adelante y “el otro día llegamos solo hasta aquí”, “vamos a ver que ahí en lo alto de esa loma o detrás de aquella curva, enfilamos desde aquella llanada de Puerto Rico Bajo el camino de La Montúa.

Nos acompañaba el cascabeleo del agua de regatos y arroyos, un cielo gris que amenazaba lluvia sobre nuestras cabezas y el frescor que alojaban las ramas bajas de los árboles. Un paseo animoso, en el que descubrimos el “Pasadizo de los Elfos”, una falsa lamia sobre una roca, los rastros de algunos humanos y canes que nos precedían, alguna voz escondida tras un eco, la señalética montañera con sus avisos de continuidad y su fin de senda, aquellos monolitos de madera que nos sitúan en el espacio y en al dirección correcta, el paisaje entrevisto de la ciudad a nuestros pies, un reflejo lejano y juguetón del mar. Qué ecosistema tan variado y complejo en el que convive la pura entelequia mediterránea con la urdimbre de los bosques oscuros.

Siempre he tenido querencia por la montaña, siempre he disfrutado de su abrazo, de la conexión pura que me ofrece con la tierra, de las emociones atávicas que despierta en mí, de cierta exposición a lo telúrico, a lo básico, a lo esencial. Por eso cuando descubrí Sierra Blanca entendí que nada era Marbella y que todo era Marbella.

Nada era Marbella y todo era Marbella.

Qué necesario resulta huir del monocultivo del sol y de la playa para descubrir esa otra ciudad, ese otro término municipal que se acuesta en las laderas y riscos de Sierra Blanca, en la red de sus caminos amorosamente trabajados por colectivos como Mujeres en las Veredas, qué importancia crucial conocerlo para poder amarlo y defenderlo frente a la depredación urbanística, frente al oligopolio del ladrillo, frente a un modelo de ciudad que parece querer dar la espalda a ese inmenso patrimonio natural que nos permite respirar verde sobre verde.

 
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