Versos

03/04/2019
Este mes de abril, el día 2, se cumplieron 15 años de la publicación de mi primer libro de poemas. Se titulaba, se titula, “Las Estaciones y Los Días” y sus versos estaban transidos por el material que más cerca tenía, mis alrededores, los de mi gente, mis calles y sus calmas y quietudes, su nervio de barrio obrero a flor de piel. También había algún resquicio para el amor más joven y temprano, y para las complicidades engarzadas entre abuelos y nietos. Un verso dedicado a los locos, otro a los músicos y poetas, algún requiebro naturalista y otros bodegones e incluso una salpicadura de muerte. 

Presentación de pompa y boato, con cierta impaciencia informal, presencia de concejales electos, muchos compañeros y compañeras de la prensa, familia, amigos y amigas. Había cierto pudor en las palabras escogidas, por aquello de desnudarse en público, y una timidez cerval pegada a la piel por descubrirse ante los demás.

Hasta el momento, aún no había cumplido los treinta, había escrito otras muchas mil cosas relacionadas con la pluma periodística, pero la poesía se había quedado en un rincón más íntimo, había regalado poemas a algunos amores contrariados, a las camareras de un bar con nocturnidad y alevosía, publicado en revistas literarias… El resto de versos esperaron guardados en una carpeta amarilla durante años.

La presencia siempre energética en mi vida del que se convirtió en mi editor, Nacho Marcos, impulsó este primer contacto con un libro de esos de verdad, de los que tiene ISBN y están reglados por las leyes humanas más que poéticas. Y aquel 2 de abril de 2004 se hizo realidad pública una púdica actividad literaria.

Después vinieron otras aventuras poéticas que culminaron con un segundo libro, “Poso de Ceniza”, que tuvo su recorrido vital y literario, donde contaba otras cosas, quizá más descarnadas, por descontado más personales. Un libro que se gestó entre Bilbao y Ojén, y que se parió literariamente entre Málaga y Marbella gracias a Edu Parra y Paco Flores y su editorial Lengua Verde Libros.

Disfruto cuando en las ciudades se percibe ese aroma a versos, robados al aire, enterrados en la arena, engullidos por el mar… Y pienso en la importancia de los poemarios para tener una vida gozosa trufada de versos, una herramienta con la que acariciar la piel de otra manera, de mirar al otro, a la otra, a aquel y a esta, con una mirada diferente al resto, quizá única, al menos personal.

Una ciudad, Marbella, el aroma en primavera de la plaza de los Naranjos, el atardecer luminoso de los otoños hacia Gibraltar, la retahíla de zetas en las palabras, la calle Ancha, el salitre asido a las pestañas en las playas de invierno, los eucaliptos salvados en El Pinillo, las conchas y piedras en la orilla formando dibujos imposibles, el Cable enhiesto que nos mira…

Y luego, la vida, la vida como material poético. 
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