De lujo, de vicio, de diez (aunque...)

05/05/2014
Apenas resuenan ya los tambores, cornetas, saetas y campanas de la reciente Semana Santa, pero eso no quiere decir que no se pueda, al menos, echar la vista atrás para analizar diversas cuestiones, positivas unas, negativas otras, y hacer -en suma- balance de lo vivido en la Semana de Pasión marbellera, en la cual nuestro pueblo ha registrado una ocupación máxima, ayudada por el excelente tiempo, que supongo habrá repercutido en la economía local y en el grado de satisfacción de nuestros visitantes. 

Pero, como se ha llegado a comentar en numerosas ocasiones durante esos días, no debe olvidarse que la mencionada afluencia se debe a la celebración de la Semana de Pasión, con sus verdaderos protagonistas. Ello hace que miles de personas arriben a nuestra tierra en busca de sol, descanso, relajación, buena gastronomía… pero tambien vivir con el pueblo la representación en imágenes de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. El carácter religioso de las festividades es lo que permite a todos (creyentes o no) conseguir otras cosas más allá de lo espiritual.
 
Y pese a las críticas que se lanzan desde algunas tribunas y desde donde se quejan de las molestias causadas, entre otras razones, por el corte de calles para dejar paso a los desfiles procesionales, por el ruido de los tambores o el simple olor a incienso, todo eso no lo trasladan a la vertiente económico-positiva que supone, ya no sólo los desplazamientos masivos en esos días, por la celebración del Jueves & Viernes Santo, sino por el aumento del consumo a nivel hostelero, y con ello a muchas otras ramas de la actividad económica. La gente sale y por tanto, gasta.
 
Pero centrándonos en el desarrollo de la Semana Santa, la presencia de un más que inmejorable tiempo debe ser el punto de arranque en el análisis que hagamos de la realidad cofrade de Marbella. Este año, sólo el Resucitado se ha quedado en su templo, pero todas las cofradías y hermandades se han resarcido de la mala suerte de otros años en que la lluvia impidió salir a la calle. Había ganas de Semana Santa, las calles esperaban ansiosas el paso de los tronos; los nazarenos querían recorrer esos rincones que le dan a nuestro pueblo la distinción respecto a otros; las bandas -tanto la municipal como esa cada día más grande Agrupación La Pollinica- precisaban de momentos para lanzar sus notas al cielo marbellí; el pueblo ansiaba presenciar a sus imágenes y los penitentes querían acompañar a sus Cristos y Vírgenes para agradecer, pedir, rogar y suplicar una ayuda en forma de salud y sobre todo trabajo para los suyos.
 
Con los tronos en la calle, el protagonismo debe centrarse en el acto de fe que supone salir acompañando a una cofradía o hermandad. Eso es algo que pienso debe cambiar, no sólo en nuestra ciudad sino en el mundo cofrade en general, pero como desde esta (privilegiada) tribuna gusta de hablar sobre temas locales, diremos que en Marbella tienen que cambiar algunas cuestiones que han hecho desviar la principal razón de ser de la Semana Santa. Ésta no es una plataforma para la promoción de nadie, no es la razón para ser visto y con ello, que se acuerden de uno para asuntos económicos, no es el lugar para exhibiciones de ningún tipo, no puede ser el momento de gloria de quienes necesitan un protagonismo que no le corresponde, no tiene que suponer el momento para saciar las ansias de ego de algunos; pero no puede, de ninguna forma ni de ningún modo, perjudicar y decepcionar toda una hermandad, a todo un pueblo que presencia una procesión, porque se antepone el interés personal (de todo tipo) al interés y beneficio general. Las formas están para ser cuidadas, y los máximos cargos orgánicos para reprender actitudes de algunos que hacen de algunos momentos, los suyos y no los del pueblo que presencia el paso de las imágenes.

 
Desde dentro de una procesión, bajo el capillo (que te oculta el mundo dentro de tu propia penitencia), se ven y se escuchan muchas cosas, algunas gustan y otras disgustan. A lo mejor, quien nunca ha tenido la humildad suficiente para colocárselo, no sabrá de lo que estoy hablando. Poco se puede hacer ante cuestiones que se repiten año tras año, y que parecen no tener remedio, pese a que se reclamen en los momentos oportunos, llámense cabildos. Se sufre en muchas ocasiones ante la desgana para hacer bien ciertas cosas; tambien se sufre en ciertos momentos por la lentitud del paso, la posición agarrando un cirio y las constantes (a veces demasiadas) paradas, pero se aguanta; se tiene sed, pero se toleran estoicamente esas horas sin probar el líquido elemento durante el recorrido (¿tanto cuesta a algunos no ingerir nada durante unas horas, es algo tan sumamente inhumano?); se aguantan las formas de algunos que, por el mero hecho de llevar una túnica de distinto tejido, se creen con autoridad para cubrir durante unas horas esas ansias de protagonismo del que ya hablaba antes, y con ello, ordenar, mandar y dirigir. Todo ello porque en la vida no han podido, de motu propio, conseguir nada por simple ejercicio de méritos, y al menos durante esta época, se ven saciados de “poder”. Pero se olvidan del concepto de Hermandad que debe presidir estos días la vida de todos.
 
Otro punto de interés en el análisis cofrade es el asunto de los recorridos. Casi todas las cofradías han variado las calles por las que discurren para, sobre todo, centrarse en esos bellos rincones del Casco Antiguo. Han ido desterrando poco a poco el paso por la Avenida Ramón y Cajal (antiguamente llamada “la carretera”), ya que la desolación de ese punto, donde otrora se arremolinaban y apiñaban miles de personas, es cada vez más patente. Viento, frio y poca gente acompañando a los sagrados titulares, hacen que lo que antes era el momento principal de una procesión ahora se haga demasiado insoportable, insufrible e inaguantable esos metros, desde la calle Félix Rodríguez de la Fuente hasta que se vuelve a penetrar en la zona más histórica de la ciudad, a través de Huerta Chica.
 
No puedo, ahora, sino centrarme en mi Hermandad, la del Nazareno, que acordó establecer el llamado recorrido “medio”, suprimiendo una calle de enorme belleza como es Ancha, pero uniendo el paso por la Plaza de los Naranjos, auténtico centro neurálgico de Marbella. Una opción intermedia que se convirtió en demasiado larga para los nazarenos y muchos de los que presenciaban la procesión (“¿otra parada?” pude escuchar una y otra vez a lo largo de las más de cinco hora de estación penitencial). Pero, sin duda, lo positivo de este año es que se han mejorado ciertas cuestiones, aunque otras siguen repitiéndose pese a la presencia –masiva- de los llamados jefes/encargados de sección, y lo que es peor, sin que se den cuenta de algunas cosas (hablar con el público, levantarse el capillo, beber agua y hasta salirse de la procesión para… ¡¡hacerse una foto!!). La túnica aterciopelada y un cetro/campana no otorga sino una responsabilidad mayor para hacer bien las cosas, no para pasearse procesión arriba, procesión abajo.
 
Pero el impresionante trono del Señor de Marbella, con ese paso nazareno, parsimonioso, lento, marinero, único… y con él, la llegada de su Madre, María Santísima del Mayor Dolor, hizo que el broche final a una noche de Miércoles Santo fuese simplemente apoteósico. Tres expresiones resumen el balance a nivel particular: De lujo, de vicio y de diez (aunque a nivel general quedan muchas cosas por cambiar, pese a que esperamos que algunas ya pueden estar cambiando). 
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