Pues ya tenemos, por fin, las playas llenas. Atestadas no solo de bañistas, sino que también pueblan la arena los anhelados socorristas (después de la situación, cuanto menos rara, surrealista, kafkiana, y en cierto modo, absurda), que ya ejercen su trabajo, nunca mejor dicho porque la polémica sobre la presencia de los socorristas se ha debido al requerimiento en cuanto a la consideración de relación laboral, con lo cual, los ayuntamientos han tenido que llevar a cabo diversas acciones para que terceros asuman el servicio. Pero, por desgracia los arenales también se encuentran atiborrados de vendedores ambulantes.
Hace unas semanas, se hicieron públicas las últimas medidas para combatir el ilegal mercadeo ambulante, que se unen a las ya tomadas en zonas como el Paseo Marítimo (aunque sobre ello, parece haber una cierta bajada de guardia últimamente), todo ello porque se van a incrementar las dotaciones de agentes, de paisano -que es como realmente se puede luchar algo con ese problema, a sabiendas que los vendedores, en cuanto divisan, o les avisan, de la presencia de agentes uniformados, se esfuman rápidamente. Pues bien, las playas están más llenas que nunca de personas que venden bolsos, polos, camisas, gafas… todas ellas, falsificaciones; pero además, otros venden esa especie de pareos-vestidos tan horrendos (aunque para gustos, los colores). A los que tradicionales “lateros”, aquellos que, cubo o nevera al hombro, cantaban lo de “fanta, coca-cola, sevenup, cerveza, aguaaaaa mineeeeral…”, se han unido en los últimos tiempos algo que, no menos que los anteriores en cuanto a lo ilegal de sus actos, pero que entra en la esfera del atentado a la salud pública: me refiero a vendedores ambulantes que, con una simple bandeja en mano (ver imagen que acompaña este comentario de hoy), ofrecen todo tipo de dulces a los bañistas. Así, sin más, saltándose toda la normativa existente en cuanto a protección y manipulación de alimentos, con la comida a pleno sol (y el peligro que ello conlleva), ofrecen sus productos a los desalmados que, encima, los adquieren. Hay que tener pocas luces para comprar algo que se vende de tal forma…
Ya no sólo es el peligro que suponen las “masajistas” asiáticas, usando técnicas que poco o nada tiene que ver con las practicadas por los titulados, utilizando productos de dudosa procedencia, y empleando toallas sin esterilizar ni limpiar. Es que en el caso de los vendedores de dulces al sol, la gravedad -bajo mi punto de vista- se multiplica ya que, si en cualquier hogar durante la temporada estival hay que tener especial cuidado con los alimentos cuando no se sacan del frigorífico… ¿en qué condiciones se encontrarán los situados en una bandeja, ni siquiera de acero inoxidable, sin cubierta que lo tape, a pleno sol, con temperaturas que pueden alcanzar cotas inimaginables? Ahora bien, eso si, llevan unas pinzas para no coger los dulces con la mano… ¡¡Qué delicadeza!! Todo un detalle.
Si grave es la práctica de la venta, más aún lo es el que cualquier negligente compre uno de los dulces. ¿No se dan cuenta que están jugando con su salud? ¿A quién pedirán responsabilidades en caso de intoxicación? ¿Acudirán a los hospitales públicos como consecuencia de sus indolentes actos?
Pediría un esfuerzo adicional a las autoridades públicas para que atajen esta práctica que se está desarrollando en las playas de Marbella. Estamos hablando de salud pública.