Una de las máximas del periodismo, y del columnismo en concreto, es que el columnista no debe ser protagonista de la columna de opinión. Pero esa máxima admite ciertas excepciones, y en numerosas ocasiones (al menos los que somos dados a leer a grandes y pequeños articulistas) hemos conocido historias que parten de hechos y sucesos vividos y conocidos de primera mano por los autores de los escritos. Por eso, me permito dedicar la columna de hoy a alguien que nos ha dejado hace muy poco y que deja un vacío muy grande en mi día a día, así como en la cotidianidad de mis seres más cercanos.
El momento de escribir estas lineas es uno de los más tristes para mí y para mi gente más cercana. Nos hemos despedido de alguien que ha convivido (nunca mejor dicho) en nuestra casa durante quince años y medio. Es demasiado para un pastor alemán. Pero estamos convencidos que la longevidad que ha alcanzado se debe a la muy muy muy buena vida que ha tenido en nuestra casa, en donde se la ha tratado como una persona más, en donde ha tenido todo lo que un ser humano puede querer: no sólo comida, bebida, una casita para ella sola… o un jardín en el que correr, sino que le hemos consentido de todo, que nos hiciera levantarnos de madrugada porque tenía miedo de la lluvia, y quería dormir (como casi siempre lo ha hecho) a los pies de la cama, que escuchara la tormenta horas antes de que llegara a Marbella, que nos hiciera bajarla de muebles porque de un salto se subía a ellos por el miedo a los cohetes y petardos… Ha vivido muchas cosas con nosotros, alegrías y tristezas, pero siempre nos ha acompañado a todos con su simple presencia; como hemos compartido con ella auténticos manjares (y es que el paladar de nuestra perrita era exquisito, langostinos incluidos..).
Posiblemente, y así se lo decíamos a ella misma, no conozcamos una perra más pesada, más tozuda y testaruda, pero igualmente tampoco conozcamos a una más lista, ágil, capaz de trepar por cancelas de hierro y colarse por un agujero de pocos centímetros… todo ello para estar con nosotros, dentro de casa y no sóla dentro de su casita en el jardín. Como saltaba hasta metro y medio de altura para jugar con pelotas de tenis, o como quería que se la lanzáramos para correr en el jardín (o calle abajo) y recogerla, ponérnosla en el suelo para que se la lanzáramos una y otra vez, incansable…
Hace días leía un artículo de Arturo Pérez Reverte, en el que decía “Y no hay nada en el mundo como ellos. No hay compañía más silenciosa y grata. No hay lealtad tan conmovedora como la de sus ojos atentos, sus lengüetazos y su trufa próxima y húmeda. Nada tan asombroso como la extrema perspicacia de un perro inteligente”. Y es que es la pura verdad.
Nuestra perra ha hecho siempre honor a su nombre, “Lagun”, que en euskera significa “compañera”. Y aunque sevillana de nacimiento, era marbellera y bilbaína a partes iguales. Aún recuerdo cuando en el mes de octubre de 1997 fuimos a recogerla a un pequeño pueblo cerca de Sevilla, en la llamada Ruta de la Plata, y nos la trajimos junto a su hermana Lola, que ha vivido en la casa de al lado muchos años. Me acuerdo de como las dos venían en el coche, en una caja, dando bandazos en el maletero debido a las curvas de la carretera de Ronda, y como esa noche, tuvimos que meterla en casa por los llantos al verse sola en su casita del jardín… esa noche fue la primera de miles en que ha dormido a los pies de nuestras camas. Fue nuestra perdición…
Tumbada en la cocina siempre, haciendo compañía a mi madre mientras observaba a los pájaros revolotear por el porche y el jardín; o en el cuarto de estar, durmiendo mientras todos veíamos la tele; o sentada al lado de la mesa porque sabía que siempre le caía algún que otro “piltrajillo”. Conmigo ha estado durmiendo años y años, a los pies de la cama, haciendo labores hasta de despertador a veces (daba con la pata en la puerta para que le abriera…”
ya es hora de dejar de dormir y levantarse” nos hacía ver con su mirada). O dar con la pata en su recipiente de comida o en el cubo de agua, ya vacío, para que se lo llenáramos.
Ha sido la fiel testigo de tantas cosas, de mimos, de caricias, también de algún enfado y castigo con ella consecuencia de su tozudez. Pero con ella en casa hemos crecido, y hemos vivido muchas cosas, siempre bajo su atenta mirada y esas orejas siempre tiesas (en posición de atención).
Te vamos a echar mucho mucho.. muchísimo de menos. Dejas un inmenso vacío en nuestra casa que, esperemos, pronto otro animalito como tu llene, pero sin duda, no serás esa fiel compañera nos ha tenido a su lado (y ella al nuestro) durante quince años y medio.
Como decía la canción titulada Laika, de Mecano, “hoy en la tierra hay una perra menos pero en el cielo una estrella más…”. Hasta siempre Lagun, cuando llegues al cielo pregunta por Moty y Carla, que también vivieron como tú, muchos años en esta casa.