Me gustan los rascacielos, pero no en Marbella

22/12/2013
Reconozco que me chiflan las edificaciones en altura. Me gustan los rascacielos. En los diversos lugares que he podido conocer, siempre he hecho lo posible por visitarlos o al menos conocer lo que últimamente se viene denominando el “Sky Line” de las urbes, las líneas del cielo, en donde el suelo emerge hacia las alturas. 

Lo he podido hacer en ciudades de nuestro país, bien sea en lugares históricos como la Giralda sevillana, hasta hace poco, el punto más alto de la ciudad hispalense; o en la capital Madrid, donde me fascinan las Torres Kío y esa inclinación imposible para un desconocido de las fórmulas de la ingeniería pero posible para los profesionales de la arquitectura, y donde tengo una visita pendiente a las nuevas torres situadas en la otrora Ciudad Deportiva del Real Madrid; por no hablar del maravilloso disfrute de una cena en Torre Catalunya, en donde recomiendo acudir al restaurante Visual, con las mejores vistas de la Ciudad Condal; y sin descartar la reciente Torre Iberdrola, que simboliza el compromiso de la industria vasca con Bilbao, situado a poca distancia de las principales áreas y edificios que conforman el Nuevo Bilbao del siglo XXI y que la ha convertido en el nuevo icono financiero y empresarial de la ciudad.
 
Pero a nivel internacional, siempre me fascinó el contraste del París clásico con la zona de La Defense, con su arco cúbico y los  acristalados edificios; o como el cuadro preferido que tengo en mi casa es una vista de Nueva York con las extintas Torres Gemelas, habiéndome prometido no visitar la “Gran Manzana” hasta que no se inaugure el edificio sustituto en esa denominada, desde el 11-S, la Zona Cero; o el pasado verano, en que pude conocer el llamado “Downtown” de Los Ángeles, que todos hemos podido ver en decenas de películas, y que supone el centro financiero de la capital angelina; o subir a lo más alto de la torre Stratosphere en Las Vegas con las impresionantes vistas (y únicas atracciones) en ese lugar. Y eso que tengo auténtico pavor a las alturas, sufro demasiado cuando estoy arriba, agarrado a cualquier lugar que me permita paliar el cangelo… pero son edificaciones que siempre me han fascinado.
 
Por ello, pese a que me encantan esos edificios, pese a que me gustan los rascacielos… no los quiero en mi pueblo. Por razones de simple identidad y necesidad. Es decir, no pegan “ni con cola” y tampoco los necesitamos, todo ello para seguir siendo el referente turístico mundial. Creo que el tema es suficientemente importante como para tener en cuenta las opiniones de los ciudadanos, así como de los técnicos expertos en la materia.
 
Pude leer un artículo de un habitual columnista de un conocido periódico provincial, Salvador Moreno Peralta, arquitecto (y padre del cantante Pablo Alborán…). Este prestigioso arquitecto malagueño destacaba lo siguiente: “Marbella es ya suficiente emblema de sí misma por su marco geográfico, su casco histórico, su privilegiado clima, su ‘hinterland’, su gente y toda esa gran población de veraneantes y residentes cuyas razones de permanencia se basan en la discreción, frente a las presiones del periodismo de entrepierna y las hordas de opulentos empresarios de nacionalidades diversas que por periódicas camadas la acechan. En la potenciación de esos factores distintivos está su fuerza, que se debilita y se diluye cuando incorpora elementos de lo común. Podrán gustarnos las dos bebidas por separado, pero Marbella con rascacielos será vino tinto con coca-cola: un calimocho”. ¡¡Qué razón tiene el arquitecto malacitano!!
 
Y ya al final de su artículo destacaba que “Estas torres ‘emblemáticas’ no van a aportar nada a la maltratada Marbella de Gil, que sólo puede redimirse volviendo a las esencias de su discreción, que es lo que realmente la situaba en el mapa de los más prestigiosos enclaves del Mediterráneo. Porque al final eso es lo que está en juego: en qué mapa quiere inscribirse, si en el de su sólida calidad sin estridencias o en el de un país claudicante que ha decidido ser franquicia de todo y modelo de nada
 
Ha llegado el punto en que Marbella no debe, no puede y no quiere volver a tropezar en piedras pasadas. Hay que volver a lo que el referido arquitecto denominaba “volver a las esencias de nuestra discreción”. Vamos a recapacitar en el modelo que queremos y en la situación en la que nos encontramos, que comenzamos a salir del túnel (lo llevo diciendo meses en esta columna) por lo que palpo a nivel profesional. Sinceramente no veo beneficio alguno, salvo el monetario para las arcas municipales (y ojo, autonómicas y nacionales), pero no podemos cegarnos ante el color de los euros, y que eso suponga perder lo que Marbella ha conseguido en tantos años. 
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