Hay países, ciudades y regiones que acumulan mucha experiencia en ese fenómeno social y económico que representa el turismo y solo hay que visitarlos para constatarlo. Se mantienen en parte por los ingresos que generan y, como no puede ser de otra manera, lo cuidan para que sigan siendo una fuente sostenible de riqueza.
No es necesario comprobarlo con la puesta en valor de su patrimonio, la limpieza de sus ciudades, la profusión de espacios culturales, un urbanismo ordenado repleto de espacios públicos de calidad ni con los carriles bici que inundan la ciudad.
Ese bagaje turístico se evidencia, como ocurre con muchas otras cosas en la vida, en los pequeños detalles que tienen a su alrededor: en lo cuidado del mobiliario urbano, de sus jardines, de la inclusividad con los diferentes colectivos, de las traducciones en múltiples idiomas, incluso al braille, de sus señalíticas o de un parking céntrico para autocaravanas por poner algunos ejemplos.
Llevan siglos recibiendo visitantes y están como nuevas. Siguen conservando su identidad cultural sin que el turismo haya transformado la esencia de las mismas, un logro que delata la inteligencia colectiva, la cultura y el grado de civismo de sus habitantes.
Nosotros no disponemos de ese recorrido ni como ciudad ni como región en esto del turismo pero en los más de 50 años que llevamos recibiendo visitantes me da la impresión que nos queda mucho por aprender.
El otro día estábamos en Tarifa en una actividad medioambiental que organizábamos para dar a conocer uno de los fenómenos que la naturaleza regala a sus amantes: el paso migratorio de las aves planeadores en el Estrecho. Para aquellos menos familiarizados en estos temas, es un espectáculo porque más de 500.000 aves provenientes de toda Europa, entre las que se encuentran rapaces y cigüeñas, cruzan rumbo al continente africano en una peligrosa travesía para ellas. Si tienes suerte se pueden llegar a ver hasta 10.000 ejemplares en un día.
Para los aficionados y expertos en ornitología ir a Tarifa es una de las dos posibilidades para ver esta migración en toda su magnitud. La otra, el Estrecho del Bósforo en Turquía. Motivo por el cual el turismo ornitológico tiene a Tarifa como uno de sus principales destinos. Sólo hay que comprobarlo yendo a cualquiera de sus observatorios en la época de la migración. Nos encontraremos con cientos de extranjeros de muchas nacionalidades apostados tras sus telescopios y cámaras para observarlo y fotografiarlo. Pese a pasar desapercibido es un turismo de calidad con un poder adquisitivo medio-alto que elige disfrutar sus vacaciones como otro lo hace tomando el sol encima de una tumbona contemplando al infinito.
Cuento esto porque habíamos quedado con unos chicos de Huesca, que aprovechando que bajaban al sur para disfrutar de nuestros espacios verdes, se habían agregado a la actividad guiada de la mano experta de nuestro experto, Antonio Figueredo. Habían llegado la tarde anterior y se dirigieron al punto de quedada, el Observatorio de Aves de Cazalla con la sorpresa que cuando se dispusieron a salir del mismo alguien les dejó allí encerrados en el complejo.
Con mucha resignación y ante lo evidente por lo tarde de lo sucedido, durmieron en su coche. Cuando llegamos todos por la mañana, junto con los tantos extranjeros que se encontraban allí, nos encontramos que el principal observatorio de Tarifa que posee un desvencijado y clausurado centro de interpretación, inaugurado hasta tres veces, estaba con la verja cerrada y con una cola de coches que llegaba peligrosamente hasta la nacional.
Aún con los coches fuera se podía pasar andando hasta la explanada donde existe un techado para protegerse del sol. Allí nos encontramos a Oliver, el chico de Huesca, junto a su chica que nos contaron su pequeña odisea. Creyendo que era una cuestión de tiempo el que abrieran las puertas, el transcurso del día fue dejando patente que solo era una ilusión.
Oliver hizo lo más lógico, llamar a la policía local de Tarifa los cuales, al menos el agente que lo asistió, ignoraba dónde se encontraba el observatorio pese a estar a sólo a unos pocos kilómetros de la ciudad y junto a la carretera. Pese al desconocimiento de su entorno más próximo, buscaron amablemente quién era el competente, o mejor dicho el incompetente, pero fue inútil. Al parecer nadie lo sabía. Ni el ayuntamiento ni siquiera los colectivos medioambientales de la zona como son la Fundación Migres que estaba en otro observatorio cercano ni Cigüeña Negra al que llamamos nosotros. Era todo un misterio quién había cerrado un domingo en plena temporada de avistamientos este complejo.
Ante lo ridículo de la situación, que me recordaba esa gran película de Antonio Mercero con un Jose Luis López Vázquez encerrado en una cabina telefónica, me acerqué, ante la imposibilidad de contactar por teléfono, a la oficina del Parque Natural del Estrecho donde una chica muy agradable me explicaba que no sabía quién lo gestionaba actualmente.
Me contó que era de Diputación de Cádiz quienes habían traspasado la gestión al Ayuntamiento de Tarifa y estos al colectivo Cigüeña Negra quienes por lo pequeño de su organización lo habían dejado a su vez, pasando por la Fundación Migres. Tampoco ellos tenían la llave ni cerraron la puerta. Curiosamente me fui de allí sin saber quien se encargaba de cuidar de aquellas instalaciones pero alguien había cerrado la verja dejando atrapado a estos chicos sin importarles lo más mínimo ni que los visitantes pudieran aprovechar las instalaciones abiertas del observatorio.
La cuestión es que si salieron de allí fue por sus propios medios aunque por razones obvias no diré cómo, aunque todos, incluido la policía, lo sugirieran. Desde luego esta situación algo cómica me hizo ser consciente en ese mismo instante que estamos muy lejos aún de la excelencia turística.
Un edificio público desvencijado, chapado a cal y canto y unas instalaciones decadentes llenas de broza por el total abandono de sus propietarios. Una imagen pésima para todos esos turistas cualificados que deciden llegar hasta estos lares provenientes de toda Europa. Si este edificio nos lo encontráramos en Francia, o en otros países turísticos, nos daría mucha envidia conocer como lo tendrían y qué partido le sacarían.
El turismo ornitológico es un segmento más, tan valioso como los demás que suma a la que podría ser nuestra demanda turística, igualmente en Marbella pues tenemos una naturaleza muy atractiva para los amantes de las aves. Sin embargo como muchos otros segmentos, está sin explotar. Estos son los pequeños detalles a los que me refería al principio, uno más.
No podemos vender en las ferias de turismo un destino como maravilloso y que luego se encuentren los turistas con estas cosas. Dan muy mala impresión.
En una reunión pasada de mi comunidad donde se quejaban que un cartel en el ascensor no había sido efectivo para que el perro de un señor dejara de orinarse en el mismo y ante el conocimiento de ser presumiblemente extranjero, les dije que porque no lo ponían también en inglés. Su negativa y respuesta connotaba el enorme esfuerzo que suponía al administrador tener que traducir aquel ingente renglón para que este buen hombre lo entendiera, seguramente tampoco le iba a hacer caso viendo su cívica actitud. Menos mal que no terminé de expresar mi atrevida idea de traducir cualquier cartel que se pusiera en una urbanización cosmopolita típica de Marbella como es la mía.
Por supuesto que ni mencionar la falta de contenidos multilingües en una ciudad turística como la nuestra o la capacidad de su población de expresarse en más de una lengua. Otros pequeños detalles que suman a tantos otros que me demuestran que todavía nos queda mucho camino por recorrer.
La excelencia no sólo empieza por las instituciones y por las promociones en las ferias turísticas donde vendemos los destinos de España, de Andalucía, de Marbella o de cualquier lugar sino por nuestras propias mentalidades que todavía no hemos interiorizado que vivimos del turismo y lo seguiremos haciendo mientras no fomentemos otros sectores productivos.