Si en el plano de la física a toda acción le corresponde una reacción, como cuando lanzamos una piedra hacia arriba y esta cae irremediablemente como consecuencia de la gravedad, en el plano social todo fenómeno tendría, de igual manera, su correlato, con la única salvedad de que sí podemos evitar o mitigar ciertas consecuencias.
Me refiero en concreto a la relación entre turismo y sociedad y de algunos episodios recientes, fruto del rechazo que el turismo está provocando en algunos destinos y sectores de la población, generando a su vez numerosos artículos de opinión. Un fenómeno social que ha sido favorecido por las altas demandas turísticas debidas al mapa geopolítico internacional por la percepción de inseguridad y los conflictos en otros destinos y ante la ausencia de medidas y estrategias de organismos turísticos, públicos y privados, más que satisfechos con una demanda en continuo crecimiento.
No es algo casual que en algunas ciudades, como la Condal, el turismo se sitúe como principal problema de los barceloneses según el último barómetro de su ayuntamiento. Con una población de 1,6 millones de habitantes, Barcelona recibe más de 30 millones de visitantes, casi lo mismo que recibe toda Andalucía.
Una cuestión clave es saber si nos oponemos al turismo de masas entonces ¿eso quiere decir que nos decantamos por un turismo más exclusivo o simplemente es un rechazo a todo tipo de turismo? Porque si algo nos caracteriza es que solemos movernos en posturas maniqueas: o con el turismo o contra el turismo, pese a ser todos turistas en algún momento. Una posición ambivalente y dañina cuando cuando lo que hay que crear es un debate constructivo del que salgan las medidas necesarias que palien los efectos negativos que genera la actividad turística.
Aunque una cuestión es generar debate y aportar soluciones para contrarrestar el impacto negativo del turismo y otra muy diferente son los episodios violentos como los que ocurrieron en Barcelona cuando se detuvo un autobús y se amenazó al conductor con un cuchillo, el caso del ataque en el puerto de Palma o los recientes sucesos en San Sebastián. Algo inadmisible y que nos perjudica a todos, fruto de esa actitud de estar a favor o en contra, sin medias tintas.
Algo que no es exclusivo de España. En Youtube se hizo viral un video de una ceremonia de renovación de votos nupciales en las islas Maldivas donde los oficiantes se mofaban en su lengua vernácula de la pareja de turistas, en lugar de ofrecerles las correspondientes bendiciones. Hechos aislados que no deberían preocuparnos pero sí hacernos reflexionar y, sobre todo, reaccionar.
Que el turismo es una de nuestras principales industrias -monocultivo en el caso de Marbella- no cabe ninguna duda y que hay que cuidarlo tampoco. Otra cuestión es que no desarrollemos estrategia alguna para evitar o prevenir los efectos negativos que puede tener no sólo en el medio ambiente, sino en nuestra propia cultura y la supervivencia de nuestro destino.
Los efectos negativos del turismo están ahí: pérdida de identidad cultural, precariedad en el empleo, colmatación y apropiación del espacio público por el mercado —un efecto más que visible en muchas ciudades españolas, incluida la nuestra— con la consiguiente pérdida del espacio público como lugar de convivencia para sus propios ciudadanos, la gentrificación de las zonas más turísticas que termina por desplazar a una parte de la población, la extinción del comercio tradicional y el florecimiento de franquicias globales, el auge de pisos y apartamentos turísticos y las consiguientes subidas de precios para sus propios habitantes que tienen que comprar o alquilar en los extrarradios, daños al medio ambiente…Uno de los efectos más visibles es un paisaje urbano estandarizado que convierte a muchos núcleos y centros históricos en parques temáticos idénticos. En definitiva ciudades que no han sabido proteger su propia identidad cultural.
Y como me refería al principio de este artículo, el turismo como fenómeno social sí es susceptible de intervención. Podemos actuar vía ordenanzas, tasas turísticas, normas urbanísticas para logren que nuestras ciudades no se conviertan en una más. Una causa por lo que Marbella debería luchar y sus ciudadanos reivindicar pues no hay que olvidar que detrás del negocio turístico y residencial se esconden muchas multinacionales y fondos de inversión (británicos, rusos y asiáticos, entre otros) que solo buscan una rentabilidad, sin importarles en demasía los propios destinos. Pero para esto hace falta conciencia del problema y voluntad para remediarlo ¿existen?
Uno de los problemas del turismo es análogo al capitalismo, por lo menos al más voraz, al que con un frenesí desmedido por el continuo crecimiento y una maximización de beneficios huye hacia delante sin pensar en las consecuencias de sus acciones ni en su misma sostenibilidad, algo consustancial a la civilización occidental que se agarra a este modelo de crecimiento ilimitado, absurdo y peligroso para el planeta, que ya nos ofrece signos de extenuación. Los expertos nos advierten del peligro en el que se ha convertido el turismo como refugio del sector inmobiliario ante la crisis del ladrillo y que puede derivar en una nueva burbuja.
Afortunadamente tenemos ejemplos de destinos sostenibles e inteligentes –no smartcities- como el caso de Lanzarote, El Hierro, Formentera o países como Suiza (un modelo de gestión turística con más de un siglo de experiencia) que gracias a sus apuestas por la sostenibilidad y su actitud de no depredar su territorio, son hoy destinos igual de deseados que en su origen –y lo seguirán siendo-, porque han entendido que en la gestión sostenible del turismo está la clave de su supervivencia, en unos tiempos donde los turistas son cada vez más exigentes y optan, en mayor medida, por este tipo de destinos.
Este año 2017 ha sido declarado por las Naciones Unidas como el año internacional del turismo sostenible, una oportunidad para la sociedad de tomar conciencia sobre la necesidad de un turismo responsable que minimice el impacto de este sobre el medio ambiente y la propia cultura.
En Marbella estamos inmersos en problemas más territoriales que globales y en un debate ciudadano sobre Starlite, el cuál no entiendo —la legalidad no se puede negociar ni supeditar por muy bueno que sea el festival para la ciudad— ¿No podríamos poner el foco en temas de mayor trascendencia? Si aún no hemos aprendido a gestionar el turismo en nuestros cerca de setenta años de recorrido como ciudad turística –evidencias nos sobran- ¿cómo vamos a saber sobrevivir a él?
Me quedo con las palabras del dramaturgo estadounidense Henry Miller: «Nuestro destino nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas».