Esta semana pasada me sorprendía un titular que destacara que el Ayuntamiento de Marbella se sumaba a la ‘Hora del planeta’ apagando las luces del Arco y el Pirulí durante una hora. Nada que objetar si nuestro consistorio quiere concienciar sobre un consumo responsable de energía tan necesario para luchar contra el cambio climático justo cuando había tenido lugar en la misma semana el estreno en Andalucía del segundo documental de Al Gore sobre el cambio climático que pudieron ver hasta 450 estudiantes de institutos de Marbella.
Concienciar es imprescindible y una labor que debe ser continua para que vaya calando en la sociedad y en los mandatarios aunque si no se acompaña de verdaderos compromisos y acciones por parte de los que lo promueven y de la ciudadanía sirve para poco. Sócrates nos enseñó, como moralista práctico, la relación que existía entre la teoría y la conducta; entre el pensamiento y la acción. Al discurso más bello si no le sigue la práctica se queda vacío.
En ese sentido algunas de las críticas que ha recibido Al Gore es que difundiera por todo el mundo este necesario mensaje de cuidado del medioambiente subido en su jet privado o que su residencia consumiera 20 veces más energía que una familia media de Estados Unidos cuando él mismo alienta en el documental a reducir el consumo de energía. La única objeción que pongo es que este documental no se encuentre disponible de forma gratuita. El estado español compró 30.000 cintas de su primer documental ‘Una verdad incómoda’.
Al margen de las críticas, que un personaje público de su nivel luche contra el cambio climático no solo es loable sino que debería ser extensible a todos aquellos que tienen la suficiente notoriedad para que este tipo de mensajes llegue al mayor número de ciudadanos y provoque un cambio de actitud.
La verdad es que siento mucha envidia cuando existen tantas ciudades en el mundo que están desarrollando políticas, proyectos o programas para luchar contra el cambio climático y soluciones innovadoras en eficiencia energética y energías limpias, en transporte sostenible, reducción de residuos , planes de acción climática o planes de adaptación (para el futuro). Ciudades a la vanguardia como Copenhague, Chicago, Dar Es Salaam, Nueva York, Auckland, Fenix, Ciudad de México, Fort Collins, Wuhan o Washington DC.
Todas ellas, ciudades que obtuvieron el premio ‘C40 Cities Adwards’ en las anteriores categorías . Una edición que en 2017 recibió 174 solicitudes de 92 ciudades. Para mí lo más destacable es que haya ciudades concienciadas que busquen soluciones para luchar contra el cambio climático.
Al otro lado tenemos ciudades como la nuestra que adolece de un compromiso firme, salvo apagar por una hora las luces de dos iconos de la ciudad y otras medidas en un plano testimonial. Una pena en una ciudad como la nuestra, que debería estar en la vanguardia de la sostenibilidad –si es que una ciudad puede ser sostenible-, no se apueste por este tipo de ciudad.
Lo primero es saber qué ciudad queremos ser. Una ciudad de segunda casi colapsada urbanísticamente, obsoleta en cuanto a infraestructuras e insostenible o una ciudad verde de referencia que fomente iniciativas urbanas para combatir las amenazas relacionadas con el clima; así como mejorar la salud y el bienestar de sus ciudadanos.
El cambio de paradigma no está solo en la iniciativa pública o privada, depende de todos y cada uno de nosotros.