La vocación antes que la bolsa

05/05/2016
¡Cuánto daño nos hizo el género de la picaresca como cultura! Una clase de novela donde el pícaro, un antihéroe contrapuesto a los épicos caballeros, sobrevivía gracias a la estafa y el engaño, en una sociedad de escasa o nula movilidad social.  

Aunque hablamos del Siglo de Oro, esta forma de entender la vida me da la impresión que ha impregnado de forma lamentable nuestra sociedad, no solo en cuanto a ese listo que utiliza su astucia y el pillaje para el interés propio y no en beneficio de todos sino el de una colectividad que aplaude de forma abierta a grandes ladrones y estafadores y los premia, sobre todo, cuando en lugar de robar gallinas, han robado fortunas.

No se les ve como delincuentes sino como un moderno pícaro que ha sabido utilizar su inteligencia práctica. Ahí tenemos numerosos ejemplos como el de Mario Conde, que después de estafar a los accionistas de Banesto, publicaba libros superventas y era tertuliano habitual de algunas televisiones. Mientras seguía gestionando el dinero robado en tramas societarias, motivo por el cual han vuelto a detenerle. El caso de Dionisio Rodríguez, conocido como El Dioni, más parecido al pícaro novelado, que robó un furgón blindado y se escapó a Brasil hasta que fue detenido y extraditado. Pese a haber robado y provocado el cierre de la empresa de seguridad donde trabajaba, ha sido un habitual de programas de televisión. Apareció en la saga de Torrente, e incluso Joaquín Sabina le dedicó una canción, «con un par».

Personajes de perfil y alcurnia variada que por desgracia generamos en nuestro país como de la Rosa, Ruiz Mateo, Roldán, Diaz Ferrán, Luis Bárcenas, Roca, Matas…una lista tan larga como bochornosa.

Sujetos que la misma sociedad, en lugar de apartarlos para que no sean un ejemplo de nada, les da espacios privilegiados donde siguen acaparando titulares y recaudación a costa de una audiencia anestesiada. Y no es que no haya que reinsertar a los delincuentes que han pagado su pena, hablamos de que existe una cierta admiración por este tipo de individuos, mientras al delincuente que roba por pura necesidad se le repudia.

La corrupción en este país es un mal endémico que cada día los medios se encargan de recordarnos, sin atragantarnos en demasía, pese a lo gigante de su magnitud y al daño que representa para el futuro de las generaciones venideras. Y no es un problema de la clase política, financiera, empresarial o de las instituciones. Es un mal de nuestra sociedad en conjunto. El trapicheo, las comisiones, las mordidas o el mercado negro forman parte de nuestra cultura.

Cómo vamos a exigirles a los autónomos, a las pequeñas empresas o los contribuyentes rectitud si cada día se descubren nuevas tramas, nuevas corruptelas de todo tipo, como la última de Ausbanc, Manos Limpias, los papeles de Panamá y muchas más que han pasado desapercibidas por la opinión pública, como las 200 cuentas opacas de ciudadanos españoles en Lienchtenstein de 2002 o la lista Falciani.

Gracias a dos empleados del banco HSBC Private Bank en Suiza, entre ellos, Hervé Falciani, se puso en evidencia la connivencia de los estados europeos con los grandes defraudadores. Una red de evasión fiscal que sumaba 130.000 cuentas entre políticos, nobles, famosos del espectáculo y el deporte pero también traficantes de armas, drogas o señores de la guerra.

En España el fraude de la lista Falciani ascendió a 2.317 millones de euros, entre 2006 y 2007, y donde estaban implicadas 2.694 personas. De esos millones Hacienda solo pudo recuperar 260 millones, 200 solo de la familia Botín. Los nombres de estos ilustres españoles se pueden consultar en internet aunque curiosamente hayan trascendido tan poco. Nos encontramos banqueros, políticos, empresarios, exmagistrados del Supremo, deportistas de élite, editores, nobles…y sin embargo ahí siguen la mayoría, en sus puestos, en altivos púlpitos de buenos ciudadanos sin que nadie se sienta defraudado por tanto cinismo. Hacienda somos todos, algunos menos que el resto de los contribuyentes.

Si además encendemos la televisión y aparece algún personaje que solo se gana la vida vendiendo su intimidad, sus malas maneras en programas como Gran Hermano, Gran Hermano Vip, Supervivientes o cualquiera de estos reality shows con una gran audiencia ¿qué es lo que estamos enseñando a nuestros hijos?

En definitiva, representan el éxito fácil, el todo vale, la insolidaridad, la competitividad, el individualismo, la incultura o la cultura del pelotazo frente al valor del esfuerzo, el espíritu colaborativo, el trabajo en equipo o el interés por el conocimiento. Me da la impresión que nuestra escala de valores se ha degenerado fatalmente

En el plano familiar no lo mejoramos porque mezclamos buenos valores con viejos tópicos como que hay que lo primero es ganar dinero y mientras más, mejor. No hay que estudiar lo que te guste o en lo que demuestres más habilidades sino una carrera y, a ser posible, la que tenga más salida. Lo importante es ganar mucho dinero, en tener estabilidad y, por tanto, hay que estudiar economía, ingeniería, derecho…

En lugar de tener trabajadores satisfechos generamos individuos infelices que piensan en ganar lo máximo posible, de cualquier manera, en el menor tiempo posible o de jubilarse cuanto antes porque no se tiene cariño por lo que se hace. Una tierra fértil para la corrupción, de personas que no persiguen su vocación sino enriquecerse a cualquier precio.

En mi opinión nos equivocamos como sociedad y educadores. Hay que enseñar sobre todo, a amar lo que uno hace, a que es preferible disfrutar con el trabajo que cuánto pueda ganar. A ser más que a tener. No solo es más sano sino también más eficaz para ser feliz y encontrar la autorrealización.

El prestigioso doctor y profesor de Harvard, Mark Albion ya demostró en una investigación que el amor por lo que uno hace es más exitoso, personal y laboralmente, que la búsqueda de la seguridad. Basó su investigación sobre 1500 graduados de escuelas de negocios, desde 1960 a 1980 y los dividió en dos categorías: los del grupo A que afirmaban que debían ganar dinero en primer lugar para luego dedicarse a lo que realmente querían hacer y representaban el 83% del total. Y la categoría B, más arriesgados, buscaban en primer lugar cumplir con sus sueños, vocaciones o desarrollar sus habilidades. Constituían el 17% restante.

A los 20 años de concluir este estudio, aquel 17% demostró que eran personas más sanas, felices y satisfechas y con mejor disposición ante la vida. Y lo más resaltable en relación con este artículo: de esos 1500 alumnos, había 101 de ellos que habían logrado una gran prosperidad individual y social ¿sabéis cuántos pertenecían al grupo A? Solo una persona, los cien restantes pertenecían al grupo B, curiosamente aquellos que habían decidido que en su vida laboral lo primero no era cuánto ganar sino cómo.

Por lo tanto si queremos construir otra tipo sociedad y asegurar un futuro más prometedor necesitamos, con urgencia, educar en valores como la honestidad, el ejemplo, la perseverancia para llegar a la excelencia, la responsabilidad, la organización, la gratitud, el respeto al bien común, el trabajo colaborativo entre muchos otros y sobre todo, a disfrutar con cariño de nuestro trabajo ya que representa una parte importante de nuestra rutina diaria y de toda una vida. Disfrutémoslo, no solo seremos más felices, también más productivos.
 
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