Llega final de etapa y, como corredores de una maratón, relajamos mente y musculatura. La meta está tan cerca que sabemos que la prueba la tenemos superada. Nos toca coger fuerzas para la siguiente carrera.
Estamos en Navidad; tiempo para la familia y los amigos; de compartir; de añorar; de comidas y excesos; de saldar cuentas... También de hacer balance del año vivido y de desear lo mejor para el año que se asoma.
Si yo fuera el año 2019 me asomaría tímidamente y con recelo a este país. Parece que este 2018 ha sido un año tenso, de crispación política y social que nos ha hecho enfrentarnos como territorios y como individuos por tener ideas diferentes; anteponiéndonos los unos frente a los otros, colocando nuestras ideas encimas de las de los otros y esas cosas de la intolerancia y la sinrazón. Han aflorado sentimientos que parecían de otros tiempos. Hay mucha histeria colectiva y nuestra democracia se encuentra vapuleada con un retroceso de muchos valores. Estamos alterados.
El filósofo y pensador hindú krishnamurti nos decía que todas las revoluciones estaban condenadas al fracaso y que la humanidad solo estaría a salvo de su propia depredación cuando emprendiéramos la última y única revolución exitosa: la interior, la que depende de nosotros mismos. Hablaba de que los conflictos y las guerras en el mundo tienen mucho que ver con ese mundo interior que alberga en nuestros líderes. El mundo es un reflejo de quienes nos gobiernan: si los que les impulsa es la codicia y su propia sed de poder el mundo que tendremos nos será desde luego un mundo de paz. Así que mucho cuidado con los líderes que elegimos. Si queremos paz y serenidad en el mundo deberemos escoger bien a nuestros gobernantes.
Tenemos problemas como país y como decía el periodista Antón Losada: «hay que reconocerlos en vez de negarlos o dejarlos pudrir y dialogar en busca de una solución». Como ciudadanos somos los que tenemos que exigirlo a los políticos y pedirles alturas de miras para gestionarlo y que no prioricen sus siglas al interés general. No es tan difícil, aunque desgraciadamente no veo una política con esa cordura necesaria. Sí a algunos partidos que están creando problemas, que los azuzan y nos enfrentan para sacar su particular rédito electoral porque lo más importante no es nuestra convivencia pacífica sino un puñado de votos e imponer su razón… Así nos va.
Desde nuestra capacidad de pensamiento crítico deberíamos discernir estos procesos, colocar la razón y la reflexión por delante de la emoción e impedir como ciudadanos libres que nos manipulen de una forma tan burda. Si algo tenemos los pueblos que vivimos bajo este estado llamado España, y como cultura mediterránea, es nuestra calidad humana, la gran diversidad cultural que compartimos, una enorme generosidad y un saber convivir en esa vitalidad colectiva que nos ha caracterizado para vivir y dejar vivir.
Se acerca el fin de año y no quiero dejar de pedir para este 2019 mis mejores deseos para este país en el que vivo. Me gustaría que sigamos siendo igual de generosos y solidarios, que el respeto, la razón y el diálogo vayan por delante para devolver la normalidad democrática y social. Que todo no es blanco ni negro.