Llega final de año y todo son celebraciones con la familia, los compañeros de trabajo y los amigos. Buen rollo —solo hay que mirar lo que llega por WhatsApp— espíritu navideño, algún que otro mantecado y un nuevo año que lo encaramos cargado de ilusiones. Esto es lo que se espera de la Navidad pero aunque queremos ser positivos no siempre es posible. Hay muchas personas que llegadas estas fechas no pueden disfrutar de las fiestas y pensar en el año nuevo porque directamente no se encuentran en su mejor momento; ya sea por razones personales, por temas laborales, económicos o por enfermedades físicas o mentales. Ni mencionar el tema fuera del primer mundo y en sitios donde hablar de la Navidad es una broma de mal gusto.
Y a todos ellos es a quienes les quiero dedicar este artículo, sobre todo a las que sufren de depresión y, en especial, a dos personas cercanas que no están pasando por su mejor momento. No estar con el ánimo necesario para afrontar la vida diaria no es algo que compartan en solitario: ya sea por haber sufrido una pérdida familiar importante, por no poder tirar más de una mochila demasiado cargada, por una cuestión simplemente de la química de nuestro cerebro, por demasiado estrés u otras razones, la depresión o los síntomas depresivos son algo que comparten en nuestro país más de tres millones de personas.
Esas son las que están diagnosticadas y toman medicación de forma diaria. El otro día zapeando me encontré con la entrevista que Cristo Mejide le hacía a Edurne Pasabán. Conocía sus hazañas —la primera mujer en conquistar los catorce ochomiles de la Tierra— pero nunca la había escuchado hablar. Lo que más me sorprendió de ella fue que, con esa fuerza interior que se le intuye, reconociera públicamente que intentó suicidarse bajo los efectos de una depresión, una enfermedad que la obligó a internarse pero no le impidió conquistar varios ochomiles bajo medicación: eso sí que es una proeza. Según ella su peor ochomil. Además reconocer en la televisión y normalizar una enfermedad que estigmatiza a los que la sufren es algo que para mí sí que la engrandece como ser humano.
La depresión es la cuarta enfermedad más común en el mundo, afecta a más de 300 millones de personas en todo el mundo según la OMS y es la principal causa de discapacidad. Pero lo que más me llama la atención es su estigma social. Si alguien ve a una persona con una pierna rota o una dolencia cardiaca se acerca y le presta atención, si lo ve con un trastorno mental seguramente la evite porque incomoda, no se entiende y por eso el que la padece se esconde ante el miedo a sentirse incomprendido y en el peor de los casos excluido pese a que es otra enfermedad más.
De ahí la importancia de normalizar estas enfermedades mentales que a todos nos pueden afectar y que gente como Edurne Pasabán, que se la presume con tanta fortaleza, lo haga público es clave para el que la sufre y para concienciar a una sociedad que piensa que esto no va con ellos. La depresión afecta a personas de todas las edades y condiciones sociales y de todos los países.
En 2015 España ocupaba el número cuatro en casos de depresión en Europa y el puesto número once del mundo en consumo de antidrepresivos, 65 habitantes de cada 1000 consumen diariamente estos medicamentos, lo que equivale a más de tres millones de ciudadanos en nuestro país a los que les cuesta mirar hacia delante y más aún pensar en la Navidad. Una friolera cifra que delata que algo no va bien en la sociedad en la que hoy nos ha tocado vivir. Según un informe de Psychology Today: «De los estadounidenses nacidos antes de 1905, el 1% padecía depresión a los 75 años de edad. De los que nacieron medio siglo después, un 6% padecía depresión a los 24 años de edad». Seguramente el modo en cómo vivimos y el estrés que genera nuestro actual modo de vida no ayude.
Hoy existen tratamientos eficaces para la depresión aunque más de la mitad de los afectados no recibe tratamiento, más del 90% en muchos países donde la atención sanitaria es prácticamente inexistente. Y no hablemos de ansiolíticos, algo en lo que España, es campeón mundial y que puede ser la antesala de la depresión.
Pero una cuestión es tratar una enfermedad que nos impide sentirnos felices y esperar que esa nube negra que nos llegó de improvisto se marche y otra es que como sociedad deberíamos preguntarnos si generamos un ambiente lo suficientemente sano donde los ciudadanos tengan las facilidades para desarrollarse como seres plenos y equilibrados. Yo desde luego lo dudo mucho, creo que estamos más sanos de lo que correspondería a este mundo herido de cordura. Pura superviviencia.
Como asegura la Catedrática de Ética y Filosofía, Adela Cortina: «Otro mundo no es posible, es necesario y lo que es necesario es posible y lo que es posible tiene que hacerse real».
Y con esa afirmación va mi propósito para este nuevo año 2018 que comparto con mis lectores, que entre todos seamos capaces de construir ese otro mundo necesario: sereno, feliz, sostenible, justo e inclusivo.