Hace unas semanas nos levantábamos con la triste noticia del fallecimiento de un niño pequeño tras un fatídico accidente con una barandilla rota. No quisiera perder la oportunidad para dar mi más sentido pésame a su familia.
Desde entonces ya se ha hablado y escrito al respecto. Lo único en lo que quiero incidir de ese suceso no es sobre esa barandilla, sino en el fondo de la cuestión: el mantenimiento de la ciudad.
Un simple paseo por la ciudad es suficiente para advertir que existen muchos puntos negros en la ciudad no achacables solo al Ayuntamiento, sino a otras administraciones como la Diputación, la Junta, el Estado, el concesionario de la autopista o los particulares y ciudadanos que tampoco ponen de su parte.
Me refiero a balaustradas oxidadas en el paseo marítimo, de máquinas cardiovasculares al aire libre con desconchones de pintura, de parques infantiles deteriorados, de pintadas en patrimonios históricos, de parques urbanos venidos a menos, espigones medio hundidos o de islas ecológicas cargadas de basura fuera de unos contenedores vacíos y con un algún colchón de un vecino cómodo que no quiso molestarse en llamar al servicio municipal. Podría incluir en la lista a trenes fantasmas u hospitales tan mancos como lo es nuestra catedral malagueña aunque no sea una cuestión de mantenimiento sino de pura reivindicación.
Y no podemos echar la culpa de ello a los servicios, que muchas veces no pueden dar más de sí con los medios disponibles. Es una cuestión de filosofía, de tomar conciencia de que la excelencia es también el ornato de la ciudad, los pequeños detalles más que los grandes o nuevos, sobre todo cuando una vez construido parece que el mantenimiento no estaba incluido en sus planes de futuro.
Tan solo hay que darse una vuelta por sendas litorales de otras ciudades para apreciar como materiales nobles y agradables como la madera tienen una vida útil corta si no se cuidan, dando un aspecto decadente al lugar. O mobiliario urbano metálico en espacios marítimos que están condenados a un eterno mantenimiento, si es que existe. En el discurso de la gestión de las ciudades debería plantearse la elección de los materiales que a largo plazo van a ser más fácil que perduren.
Me contaba un familiar que había estado en Miami este verano como le había sorprendido gratamente el estado impecable de la ciudad. Mucho personal de diferentes empresas trabajaban continuamente en su mantenimiento y limpieza. Es lo que cualquier visitante que se acerque a Miami esperaría, encontrársela reluciente y, por supuesto, de Marbella se espera lo mismo. Hay que cambiar las prioridades, al menos hasta que la ciudad se encuentre a la altura de esas cinco estrellas que forman parte de nuestro mensaje turístico.
Siempre insisto en que a Marbella se le exige un plus por su pretendida excelencia turística y sus ciudadanos, residentes o visitantes nos lo van a requerir, sobre todo porque ya lo pagan vía impuestos y tasas o en el precio de sus vacaciones.
¿De qué sirve que invirtamos en promoción turística si cuando nos visita por primera vez un turista no cumplimos sus expectativas como destino? ¿Qué es más importante el número de visitantes o la fidelización de los mismos con una ciudad de calidad?
Este año el turismo ha superado todos los record y se ha traducido en una ciudad colapsada de coches y turistas que han tomado la ciudad. Entre algunas de las consecuencias, además de las aglomeraciones que juegan en contra de un turismo de excelencia, nos encontramos con que la red de saneamiento alivia al mar lo que una infraestructura no separativa, obsoleta y mal dimensionada no ha sido capaz de absorber ni mandar a las respectivas estaciones depuradoras, por hablar de alguna de las consecuencias no deseadas. Esto no es la calidad a la que debe aspirar una ciudad como Marbella.
Me sorprende cómo seguimos alegrándonos de nuevos desarrollos urbanísticos, de calles a estrenar, de urbanizaciones por inaugurar, de macroproyectos oriundos de algún rincón asiático cuando ni siquiera somos capaces de asegurar la sostenibilidad de lo ya desarrollado, de cubrir los déficits históricos o de gestionar lo urbanizado.
Marbella debe aplicar ese lema de «menos es más» que el arquitecto alemán Ludwing Mies van der Rohe acuñó para referirse a una cuestión vital para lo que debe ser una ciudad moderna y sostenible que ha tomado conciencia de su papel con el planeta y consigo misma: lo importante es gestionar el decrecimiento en lugar de pensar en un crecimiento ilimitado ¿acaso no hemos aprendido nada de esta profunda crisis?
El mantenimiento de una ciudad junto a los proyectos para modernizar nuestras infraestructuras y equipamientos generan mucho empleo y ayudan a embellecer la ciudad con la calidad que se merece.
Lamentémonos de estos desgraciados accidentes para que no vuelvan a ocurrir pero pongamos el foco y la inteligencia colectiva para que Marbella sea una ciudad de la que nos sintamos orgullosos, además de seguros.