Cuando vivía en Edimburgo allá por el año 2000, mientras intentaba la difícil tarea de romper mi propia barrera lingüística del inglés, me llamaron la atención muchas particularidades de esta sociedad anglosajona. Una de ellas, que en todas sus grandes superficies tenían en cada estantería, una parte dedicada a productos ecológicos que ellos traducían por organic. Fueran lácteos, frutas o hortalizas, pasta, arroz, café, aceite o incluso productos procedentes de la ganadería, había en cada góndola su versión ecológica.
Algo que por entonces no podías encontrar en España, salvo de forma residual en algunas grandes superficies o tiendas especializadas, pese a que muchos de estos productos ecológicos se producían en nuestro país.
Otra cuestión era el precio. Incorporar a mi cesta de la compra este tipo de productos no era en absoluto caro, todo lo contrario eran muy accesibles, pese a que yo por entonces trabajaba en la hostelería y mi sueldo no era de los más altos allí.
Han pasado ya cerca de 16 años y nuestros supermercados de España no se parecen a aquellos que me encontré allí, ni respecto a la oferta de productos ecológicos ni en el precio, que permanece algo alto.
Lo que si han proliferado por muchas ciudades españolas son los mercadillos ecológicos y las asociaciones de consumidores y productores donde se permite un contacto directo entre ellos. Yo fui socio de una de ellas en Málaga, la asociación de Productores y Consumidores de Productos Ecológicos y Artesanos “La Breva”, donde podía adquirir semanalmente productos de bastante calidad a un precio similar a los tradicionales y de kilómetro cero en muchos de los casos.
Aunque en Marbella no se ha consolidado aún este tipo de cooperativas o asociaciones, tenemos la suerte de disponer de los mercadillos ecológicos dos veces al mes, uno en La Campana y otro en Elviria, con precios muy asequibles y con productores de la provincia, donde conoces directamente quien te cosecha las zanahorias, las lechugas o las naranjas, muele el aceite de oliva o recolecta la miel que te vas a tomar. Y no lo olvidemos, son alimentos certificados. En cualquier puesto podemos exigir y comprobar su sello de calidad que demuestra que son verdaderamente saludables y respetuosos con el medio ambiente.
Cuando optamos por alimentos ecológicos los compramos por múltiples motivaciones. Yo al menos puedo ofrecer las mías. A mí siempre me ha importado saber qué es lo que como y su calidad. Eso sí, sin obsesiones. Pero desde hace muchos años miro los etiquetados y compruebo si tienen muchos aditivos —los cancerígenos los desecho— buscando aquellos productos más inocuos para la salud. Ahora que tengo hijos, esto me preocupa aún más. Evito los alimentos procesados y prefiero productos de agricultura más reales que bonitos.
En Reino Unido me sorprendían igualmente los etiquetados, daban más información que los nuestros. Aquí todavía no es visible la información que permita saber si un producto de perfumería o higiene está testado con animales o si un alimento procesado, entre sus ingredientes, contiene aceite de palma. Solo nos remiten a un genérico aceite o grasa vegetal, para despistar al consumidor que cuanto menos informado parece que es mejor.
Para el que lo desconozca, el aceite de palma, muy utilizado por la industria alimenticia y cosmética por su bajo coste, no sólo es perjudicial para la salud por su alto contenido en ácidos grasos saturados y su presencia continua y desconocida en nuestra dieta que provoca el aumento de los niveles de colesterol sino también por los estragos que está produciendo, sobre todo en Indonesia y Malasia sobre sus bosques tropicales y su biodiversidad. Hábitats que son deforestados y quemados para plantar la palma, con graves repercusiones para el incremento del CO2 a nivel global y las comunidades locales indígenas que se ven desplazadas. También existen certificaciones, no en España, que nos indican que ese aceite de palma ha sido obtenido de forma sostenible.
De forma análoga cuando tomamos langostinos provenientes de acuicultura, en su mayoría de Ecuador, nuestra ignorancia sobre su producción provoca graves daños medioambientales y sociales que sufren unos de los más preciados ecosistemas de Sudamérica, los manglares.
Siempre hay otra elección posible, como un alimento elaborado con aceite de girasol o de oliva o un langostino de pesca extractiva. Nuestro planeta lo agradecerá. Nuestra decisión de compra es soberana y las grandes industrias lo saben. Ellas sólo buscan el máximo beneficio, no cuidar de nuestra salud. Pero si optamos por otro tipo de productos más sostenibles, ellos toman nota para no perder cuota de mercado.
Esto mismo ocurre con los productos ecológicos, no sólo saben mejor, quizá porque se cogen más maduros al ser del terreno sino que están libres de sustancias químicas como plaguicidas, herbicidas o fertilizantes químicos para el suelo que terminan, de una u otra manera, en nuestra cadena alimenticia. Recuerdo hace unos años que la alta contaminación del embalse de Iznajar, provocada por el uso de herbicidas, dejó sin agua potable a 25 municipios de la provincia de Córdoba, suceso que terminó con la prohibición de un producto fitosanitario en toda España.
Cuando se consume este tipo de alimentos no solo se mira por el sabor o por la propia salud sino por la del planeta. Al utilizar procesos naturales, muchos de ellos que se han conservado y atesorado durante más de cinco milenios, para producir alimentos con las mejores prácticas ambientales, un elevado nivel de biodiversidad y la preservación de recursos naturales contribuyes a la protección del medio ambiente y el desarrollo rural.
Lo que es absurdo es comprar aguacates en Mercadona que son de Perú pese al coste medioambiental y energético que supone traerlos de allí, con una calidad inferior a los que tenemos en nuestra provincia que terminan paradójicamente, la mayoría, en las mercados de Europa donde su rentabilidad es mayor.
El mercado lo mide todo en términos económicos sin tener en cuenta otros factores que solo valoran si nosotros empezamos a reclamarlos con nuestra forma de consumir. Esto no solo es una locura, es insostenible para el planeta y exige un cambio en nuestra forma de consumir, puesto que, continuando con el ejemplo del aguacate cuando elijo el del terreno, de mayor calidad lo puedo comprar en un pequeño comercio con claros beneficios: , mi bolsillo lo agradece y el del comercio local y contribuyo con un pequeño gesto a mejorar el medio ambiente.
Afortunadamente gracias a una mayor sensibilización social por el medio ambiente esto está cambiando y la producción ecológica está en clara expansión, no sólo la de la agricultura y la ganadería sino la de todo tipo de procesados. La producción ecológica en Europa ha pasado en 2002 de 5,6 millones de hectáreas a 9,6 en 2011, a razón de 500.000 hectáreas al año. En España la superficie agrícola supone un 5,4% del total, el país de Europa con mayor superficie dedicado a este tipo de producción por delante de Italia y Alemania.
Si observamos el número de explotaciones ecológicas, los cinco principales países son Austria, Suecia, Estonia, República Checa y Letonia. En 2012 había un total de 230.000 productores y el mercado de productos ecológicos suponía 19.700 millones en 2011 en Europa.
Algo que tendrá que ver con la apuesta de la Unión Europea por este tipo de producción ofreciendo todo tipo de ayudas. La Política Agraria Común (PAC), a partir de este año 2015, recién vencido, obligaba a todos los países miembros a dedicar el 30% de los pagos directos a financiar la adopción de prácticas agrícolas sostenibles (pago verde) por parte de los agricultores. Incluso hay líneas de ayudas para la inclusión de alimentos ecológicos en las escuelas europeas.
La preocupación por la calidad de lo que comemos no es reciente. Ya lo decía Hipócrates con su famosa cita "Sea el alimento tu medicina, y la medicina tu alimento". Pero la frase que últimamente se repite con frecuencia es la de
somos lo que comemos, que se debe al filósofo y antropólogo alemán Ludwig Feuerbach en su escrito "Enseñanza de la alimentación" (Lehre der Nahrungsmittel: Für das Volk) que ya en 1.850 expresaba:
"Wollt ihr das Volk bessern, so gebt ihm statt Deklamationen gegen die Sünde bessere Speisen. Der Mensch ist, was er isst".
Que significa, "Si se quiere mejorar al pueblo, en vez de discursos contra los pecados denle mejores alimentos. El hombre es lo que come".