Durante el confinamiento, la familia nuclear de tres que componemos Antonia, Daniela y un servidor adquirimos la costumbre, una vez al día, de cedernos, de manera recíproca y consensuada, espacio y tiempo y dedicar una hora a nuestras cosas, ocios, asuetos varios, procurando no interrumpir esta burbuja personal excepto por una necesidad perentoria de querencias.
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“Con estupor y temblores”, así es como el emperador del Sol Naciente exigía que sus súbditos se presentaran ante él. Y además, título de una magnífica novela de Amelie Nothomb publicada en Anagrama.
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Hace un par de meses, cuando salíamos del confinamiento (el estado de alarma terminó el 21 de junio), una buena amiga corregía tozudamente las glosas e informaciones oficiales que se empeñaban en llamar a la fase en la que nos tocaba zambullirnos como “nueva normalidad”.
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Dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua sobre la expresión “Echarse al monte”, lo siquiente: “Ponerse fuera de la ley en partida insurrecta o en bandolerismo”. Algo de insurrección tiene en esta ciudad que lleva hasta grabado en el nombre su querencia por el mar, Marbella, mirar a la montaña como punto de escapismo, fuga, ausencia de sí mismo y contacto con la naturaleza, más o menos domeñada, pero naturaleza al fin y al cabo.
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Volvemos al cole, y esta figura, primera persona del plural, no es baladí, porque cuando un hijo, nieta, sobrino vuelve al cole, volvemos todos y todas. Más aún este año, preñado de incertidumbres, cuando el latido del covid 19 parece acaparar todos los primeros temores y hace más acuciante un tránsito que se dilata seis meses, el momento en el que hubimos de confinarnos para salvaguardar nuestra salud.
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Y pude comprobar cómo las sombras se alargaban hasta fundirse con el ocaso, cómo se mimetizaban los cuerpos con el último atardecer, cómo las olas se dejaban caer en el rebalaje con esa parsimonia propia de la noche tibia.
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En este verano de incertidumbres aún permanecen intactas algunas certezas que nos permiten creer al asirnos a ellas que el mundo aún continúa girando con la normalidad de antaño, un mundo prepandémico donde el abrazo y el beso y la caricia aún no eran proscritos y las querencias formaban parte de nuestra vida esencial, del latido de cariños que nos permite seguir viviendo.
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Muchas veces debato seriamente con Daniela, 8 años, sobre el superpoder que nos gustaría tener para afrontar las cuestiones de la vida. Es un debate ciertamente sesudo, donde exponemos los pros y los contras de cada uno de ellos, de nuestros preferidos, y entramos en diatriba sobre las ventajas e inconvenientes de cada cual.
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Desde hoy el uso de las mascarillas será obligatorio en Andalucía, independientemente de la distancia de seguridad que mantengamos con el prójimo, salvedades aparte. Y con esta decisión comienza la diatriba entre lo conveniente y lo necesario que en demasiadas ocasiones torna la balanza hacia lo primero y obvia lo segundo.
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Mi sobrina Mafalda se enfrenta estos días a la EBAU, lo que mi generación conocía como Selectividad y que es, probablemente, el examen más importante en la vida de un estudiante, porque esa nota puede marcar el devenir futuro de tus estudios, de tu carrera, de tu vida.
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