Vamos poco a poco agendando en el calendario aquellos hitos afectivos y culturales que nos completan. Y nos encontramos frente a los otros en la tarea cotidiana de quererse y nos mostramos tanto tímidos como expectantes, donde si antes el abrazo y los sonoros besos eran la norma, ahora se impone el rubor previo a no saber cómo actuar, los brazos suspensos en el aire como una caricatura de amores, las mejillas huérfanas en el gesto. Dicen que ahora hablamos más con la mirada, con los ojos, que hemos vuelto más expresivas las cejas, las pestañas, los parpados, que hemos descubierto otros aspectos de la comunicación no verbal que teníamos olvidados como los animales que ya no queremos ser.
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Solo hay una cosa más triste que ver un columpio vacío, ver uno precintado. Porque tras este precinto se encuentran siempre el peligro, la desdicha, el infortunio o el horror, no hay causa de fuerza menor para deslegitimar a un parque infantil de su sentido último, que los niños y las niñas jueguen, desposeerle de su esencia y dejar su armazón vacío, sin el alma que le insufla vida.
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Listas de luz motean las paredes blancas de mi habitación, la cortina flamea mecida por la brisa, que se cuela ligeramente para refrescar el calor intenso que se forma en el interior. Motas de polvo danzan formando una coreografía simétrica, geométrica, imposible. La tarde se sucede muellemente, con la pereza del primer verano. Se escuchan algunos sonidos de la calle, un coche que pasa, algunas voces lejanas. El sopor reclama su reinado agostado. Escribo este artículo cuando el termómetro en la calle marca 28 grados y el ronroneo suave del ventilador me acompaña por vez primera en este 2020.
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El siguiente texto no lo he escrito yo.
“Hoy me he despertado pensando en todos mis colegas del mundo educativo. No se ha hablado mucho de ellos durante este tiempo. Hago referencia a todos los niveles. Han hecho milagros. Lo sé bien. Se han reinventado varias veces a lo largo del proceso. Han tanteado y aplicado diversas maneras de llegar a todos y cada uno de sus alumnos y alumnas. Han armonizado aprendizaje, que la forma de trabajar sea un poco lúdica, INCLUSIÓN, relación armónica y eficiente con las familias.
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La calima roza casi con abulia las cimas de los tejados y extiende sobre la ciudad ese manto plúmbeo apenas sofocado por la brisa del mar. Ayer paseé hasta el puerto pesquero, a impregnarme del perfume del salitre. La playa de La Bajadilla trajinada de gentes que se echaban al arenal con fruición, al igual que en El Cable, donde las tribus familiares y los solitarios paseantes se repartían aquí y allá salpicando el horizonte.
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El ruido es improductivo, las acepciones que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua propone para su definición son consustancialmente negativas.
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Lo que más me ha sorprendido en el aterrizaje de esta Fase 1 es el aumento general de decibelios. Vivimos en un primero, así que no nos resulta extraño que el ritmo de la vida callejera nos acompañe en mayor o menor medida, pero la tarde del lunes y la del martes, fueron especialmente ruidosas.
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Es un lugar exacto y concreto. No sabría indicarlo con las coordenadas precisas de la topografía, pero sí situarlo en los mapas de las querencias, de los cariños, de los amores primeros, tempranos, de aquellos que dejan una marca indeleble en la memoria, un brochazo de color.
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La realidad confinada, la libertad confinada. Después de más de 50 días recluido, el pasado domingo salí a la calle por primera vez con consciencia de ello. Un paseo largo, al borde del kilómetro, a través de una ciudad herida y fantasmal, con presencias espectrales guarecidas tras mascarillas, protegidas de guantes, interactuando a una distancia fuera de la lógica de las querencias, coartando los abrazos, las caricias, los cariños.
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Una de las armas preferidas que los opinadores de postín arrojan sobre la faz de cualquier interlocutor que se ponga a tiro, preferiblemente de posición ideológica contraria/opuesta a la suya, es aquel milagroso “Ya sabía yo” o aquel “Ya te lo dije” que pone a cada uno en su lugar y a cada cual en su sitio, un conocimiento superlativo y omnímodo de la realidad que les transforma en seres superiores en conocimiento y sabiduría.
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