Los descreídos, agonías, salvapatrias de barra de bar, agoreros y demás mercachifles de la derrota son incapaces de enlodazar con su pesimismo antropológico las iniciativas respaldadas por una mayoría.
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Hace años que no sé si sigo siendo periodista o no, mejor aún, me cuestiono de manera permanente con la pregunta ¿qué es, qué significa ser periodista?
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Hay un hálito vocacional que envuelve a determinadas profesiones que hacen de ellas, de las personas que las desempeñan, algo más que un instrumento laboral, que inciden en su entorno de manera trascendental y que son capaces de transformar vidas.
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FITUR resulta siempre más una feria destinada al autobombo y la autocomplacencia que a la exposición real de los potenciales turísticos de un destino, más a venderse a un consumidor interno, la ciudadanía, la clase política, el tejido empresarial que a volcar su interés en el consumidor externo, el turista, el visitante, en la prospección de nuevos nichos de mercado.
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La batalla contra la ultramontano, lo montaraz que se retrepa hacia la yugular de la democracia, ha de ser un gesto de militancia diaria, de esa militancia de mesa camilla y brasero, alrededor de los cuales el mundo parece arreglarse con mejor compostura, con más mayor naturalidad.
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Reposan aún los rescoldos de las navidades en el coleto, y más allá de los excesos y de las opíparas comidas, vayan aquí, en el pecho, los rescoldos de la nostalgia, la melancolía, a la que soy septentrionalmente propenso. Y no desde el sentimentalismo de llorar por los ausentes, que siempre me ha parecido una forma de desmerecer con ello a los presentes, sino de celebrar la vida de manera un tanto sorda, con cierta sordina aplicada, y socialmente impuesta. Sin brillo.
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Cierto
horror vacui se apodera de uno cuando sabe que este es el último artículo del año, más aún, cuando es el último de una década y que a partir de enero, apenas dos semanas de tiempo real y otra vida de salto espacio temporal, todo estará por escribir, por contar, por decir, porque todo será génesis, nacimiento, novedad y el futuro se hará presente y el presente, pasado.
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Todo tiene su simbología. La vida se encuentra preñada de símbolos. Pueden ser trascendentales, marcar un punto de inflexión en una historiografía, o ser tan perfectamente banales que solo arañan la superficie de manera indeleble, solo, casi nada. En muchas ocasiones esos símbolos, hitos, llevan aparejados una serie de rituales que ayudan a cimentar su presencia en nuestras vidas. Y esos ritos trascienden la ideología, la religiosidad, la espiritualidad, porque están aferrados íntimamente a lo cotidiano.
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El olentzero es un mito moderno, la renovación de una idea antigua que nacía en el paganismo del solsticio de invierno y de la que el cristianismo se fue apropiando hasta transmutarla en un elemento más de su iconografía.
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Carmen solía decir “tengo frío en los huesos”, una expresión exacta, precisa, casi quirúrgica para definir ese frío que se agarra bajo la piel a la osamenta de uno y no lo suelta por muchas capas de ropa con las que te formes una guarida unipersonal. Cuando entra ese frío en los huesos, entra. Quizá un caldo de puchero, un café caliente, un chocolate humeante sean los remedios más eficaces, pero ni aún así templan el cuerpo. Solo parece haber un remedio eficaz.
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