Estaba yo en el agua dándome un bañito. / Debajo del bikini, debajo del bikini / sentí un picorcito. / Le dije al socorrista que qué podía ser, / sentí un picorcillo, sentí un picorcillo / me enamoré de él.
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“La disposición de líneas de frente e intereses creados instalada en este asunto solo apareja una perdedora, la ciudad de Marbella. Porque la solución será integral o no será. Integral. Y eso se traduce en saneamiento con vertido cero al mar, retranquear y renovar los emisarios y los “pozos de la vergüenza”, frenar la pérdida de arena con planes de estabilización eficaces, terminar con la ocupación artificial, abusiva y descontrolada de las playas, recuperar la flora y fauna autóctona, proteger los espacios naturales, definir e impulsar un nuevo modelo de explotación de los arenales, y con ello, repensar un nuevo modelo turístico. De lo contrario el mar reclamará cada primavera, cada otoño, su terreno, su espacio. Y el llanto y el crujir de dientes será un día irremediable”.
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Todo parece una situación irreal. El calor, la canícula abrasante, el incendio de Mijas, al que vi devorar la sierra con mis propios ojos, el tremolar de la luz del sol tamizada por las columnas de humo, las briznas carbonizadas amerizando en las playas de Marbella. La temperatura que asciende y asciende, las olas de calor sucesivas convertidas en tsunami, el meme viral que reza “este es el verano más frío del resto de nuestra vida”.
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Sé que declararse veranófobo en una ciudad como Marbella, que debe gran parte de su movimiento económico a la estación estival, esos cuatro meses de alta temporada en la que los pequeños empresarios apuntalan los ingresos anuales para mantenerse firmes el resto del año, como digo, declararse veranófobo quizá no sea lo más popular, pero es cierto que nuestra ciudad a punto está de estallar por sus costuras ante los grandes déficits que muestra durante todo el año y que es ahora, en este tiempo, cuando se hacen más visibles y más los padecemos sus vecinos y vecinas.
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Hay un momento, al atardecer casi siempre, cuando las brumas de la calima veraniega y el calor se van disipando en que me retrepo a una mecedora que tenemos en la terraza, me planto los auriculares en los oídos y subo el volumen de alguna de mis listas de Spotify para lograr conectarme de nuevo con el mundo.
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Recuerdo un amanecer. El sol despuntaba muy tímido aún por levante y teñía de leves anaranjados las cimas de las colinas próximas. Me dolía la espalda después de tantas horas en pie y los pies eran un latido permanente. Me descalcé, me senté en la terraza, un bocadillo rápido y una botella de agua fresca al coleto. Se escuchaban aún idas y venidas, trasiegos de gentes que se recogían, algunos cánticos… En los oídos aún vibraba el diapasón de la música, como si aún estuviera bajo la potencia del enorme altavoz. Me temblaba el pecho y zumbaba la cabeza. Cerré los ojos, dejé que la brisa ligera del amanecer me acariciara el rostro y sonreí.
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Existe un odio visceral que se escupe. Un odio que se masca, se deglute y se regurgita. Un odio casi físico, corpóreo, sustancial, que cobra forma. Un odio que apunta al objetivo, que señala, que indica. Un odio plúmbeo, con peso, espeso.
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Viajó a Marbella y Ojén cuando rondaba los noventa años. Nos costó convencer a su alma inquieta, pero se atrevió a dar el paso definitivo en una primavera fragante. Disfrutó como un niño de todos y cada uno de los rincones, hizo suyos los espacios, los aromas y los perfumes, reconstruyó para sí la historia de ambas localidades y caminó hasta perderse en los dédalos de sus calles.
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Ya ni tengo el arrojo de los veinte, ni la decisión resolutiva de los treinta, pero sí me queda aún cierta ingenuidad de la adolescencia que me hace confiar en la vida y sus alrededores sin el temor al que constriñe la experiencia.
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Y resuenan los vencejos como un eco de esta primavera extraña que no termina de eclosionar. Me recuerdan a un verano de hace casi treinta años en Oronoz-Mugaire, cuando su canto recorría los alares de aquella casona enorme en la que nos hospedábamos. Todo era verde y húmedo y fragrante. Y aunque los asocio a otras primaveras mediterráneas, el primer recuerdo, su primer cantar siempre me lleva a aquella localidad navarra.
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