Y resuenan los vencejos como un eco de esta primavera extraña que no termina de eclosionar. Me recuerdan a un verano de hace casi treinta años en Oronoz-Mugaire, cuando su canto recorría los alares de aquella casona enorme en la que nos hospedábamos. Todo era verde y húmedo y fragrante. Y aunque los asocio a otras primaveras mediterráneas, el primer recuerdo, su primer cantar siempre me lleva a aquella localidad navarra.
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Si la pandemia ha demostrado algo es, sin duda, la necesidad imperiosa de fortalecer la sanidad pública, esa que es capaz de atender a la ciudadanía por igual, independientemente de su origen, raza o condición social y que, a la postre, ha sido solo el músculo y compromiso de sus profesionales el que ha permitido salir indemnes como sociedad ante el despliegue mortal del Covid 19.
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Y ha pasado la Semana santa con una fuerza fulgurante, inusitada, y ha dejado cierta resaca de euforia para la mayoría del sector que augura un verano de subida incipiente en todas las estadísticas y que aspira a llegar o superar las cifras históricas que se registraron en 2019.
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Mi suegro Antonio, marbellero, se situaba en torno a la mitad de la Avenida del Mar y mirando hacia el horizonte marino me decía muy serio y solemne, “Antes la playa llegaba hasta aquí” y trazaba una línea imaginaria en el mármol del suelo, entre dos de las esculturas de Dalí. “Hasta aquí”, reiteraba.
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La poesía te enfrenta a la vida. Como autor, te sitúa frente a tus contradicciones, frente al núcleo central de tus querencias, de tus emociones, frente a cierto desvelo sentimental. Como lector, te coloca frente a un latido nuevo, un aliento en la nuca, una mirada hacia un horizonte por explorar.
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Implosionan en el aire con una densidad asfixiante y brutal. Dos perfumes intensos que alumbran la primavera. El azahar, intenso, de las flores de los naranjos que estallaba hace unos días y teñía de olor las calles de Marbella como un elemento más imbricado en el paisaje del día a día. Y el petricor, el olor de la tierra seca mojada por la lluvia, que más allá de su perfume trae consigo la promesa de una estación menos ahogada por la sequía. Y con ellos, cierta placidez.
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El 9 de marzo de 2018 me hicieron uno de los encargos más hermosos y complicados de mi vida profesional como periodista. Mi tutora y profesora de literatura en El Regato, Blanca Rey, me invitó a presentar mi segundo poemario “Poso de ceniza” ante su alumnado de último curso de bachillerato en el colegio que me había visto crecer. Crecer.
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Aún abrazo, más de 72 horas después, el sabor íntimo de ese encuentro en el que se unen la infancia, la adolescencia y una madurez de querencias más allá de lo comprensible. Este fin de semana celebraba en Bilbao el 30º Aniversario de nuestro curso en el Colegio Cooperativa El Regato de Barakaldo. Nos contemplan 30 años de entrevistos, de ausencias notables, de reencuentros intensos, de historia común desde los 5 años hasta hoy.
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Ella contaba aquellas historias como una aventura infantil más. Tenía 13 años. Sonaban las sirenas, atronaban el aire, y las monjas que cuidaban del asilo las recogían y llevaban al sótano de la residencia o a las cuevas excavadas en la roca bajo el campo de fútbol del Unión Sport San Vicente.
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Ni aún con el espectáculo deplorable del Partido Popular estos últimos días daré jamás pábulo al vendedor de la antipolítica ni a todas sus derivadas tantas veces escuchadas “somos apolíticos”, “todos los políticos son iguales”, “con partidos políticos no” porque detrás de estas afirmaciones se agazapa el populismo trumpista como forma de relacionar política con ciudadanía y el desmoronamiento del sistema democrático. Sin exagerar. Porque cuando nada es política, todo es política.
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