En estos días Marbella anda sumergida en un mar de libros y de poemas. Un mar glorioso de palabras que se enredan y cabalgan procelosas aguas para dar forma literaria a emociones, sentimientos, sensaciones, acciones que no podrían tener cabida de otra forma en el mundo real, solo armarse, crearse, generarse a través de la poesía.
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Me crié con ellos, con ellas. Compartimos la vida y sus milagros, los veranos eternos de bicicletas aterciopeladas, los besos primeros, los escarceos sexuales, las decepciones del amor y del hastío, las ilusiones fundadas ante lo que ocurría ante nosotros, la pereza de algunos estudios. A ellos y ellas se fueron sumando, como un afluente al cauce principal, otras y otros que alimentaban con la misma fiereza nuestro alrededor. Éramos niños, jóvenes, crecimos. Todo era el principio de todo, la primera vez o casi la primera, éramos génesis, virginidad
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El consuelo único que le queda a mi alma veranófoba es ese mantra repetido aquí cada estío desde hace un buen puñado de años: A las ocho en La Bajadilla. Un mantra que me repito a mí mismo y a toda aquella persona que quiera escuchar. No es un antídoto perfecto contra los excesos veraniegos, pero sin duda obra en mí un reposo inconcebible de cualquier otro modo.
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Andaba el Mediterráneo bravo el fin de semana pasado en La Bajadilla, con esa cualidad tan suya de engañar al bañista con un mar de fondo escondido tras el estrépito de las olas. Esas olas cortas y altas que rompen tan cerca de la orilla que resulta imposible cabalgarlas con cierta decencia y son más proclives al revolcón que a la exhibición. El arenal lucía bandera amarilla, que flameaba al viento.
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Tantas capas tiene esta ciudad, la una sobre la otra, yuxtapuestas, complementarias, contradictorias, pero estrechamente dependientes como las sensaciones que empujan mi espíritu estos últimos días. Sensaciones igualmente contradictorias y yuxtapuestas y complementarias.
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Resulta extraño, tantas veces inexplicable, de qué material se tejen los hilos que conectan la amistad, cómo está constituida la red de querencias, amores, cariños y empatías que la sustentan, en qué crisol se forja.
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Llega el estío, cuando las sombras se alargan perezosas sobre la playa y hacen que los atardeceres parezcan eternos, con esa cualidad imposible de adecuar el tiempo al estado laxo del espíritu.
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Parece mentira que un instante tan ínfimo, apenas un segundo, tenga la capacidad desde la responsabilidad individual de proteger el interés colectivo. Ayer a las 8:37h me vacuné con las personas de mi quinta, 1974, en el Palacio de Congresos de Marbella. Primera dosis, Pfizer.
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Hay un instante, un momento de eclosión estival. Ronda en el mes de junio y sorprende cada año con su llegada sin avisar.
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Siempre me han emocionado e inquietado a un tiempo las cuentas atrás. Cuando en Cabo Cañaveral lanzan por megafonía ese countdown de 10, 9, 8, 7, 6… que uno sigue con la ilusión casi hipnótica de un niño que espera una sorpresa final… 5,4,3,2,1…
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