La Marbella de la pompa y el boato, de la alharaca y del postureo hace aguas en lo cotidiano, en el día a día, en la vida común de las personas que residimos entre sus calles, esquinas y plazas durante todo el año.
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Parece el cielo cincelado de azul, apenas herido por dos o tres jirones de nubes blancas que desfallecen hacia poniente. El murmullo del agua reposando sobre el rebalaje como banda sonora, apenas, al fondo, el graznido de una gaviota.
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Valle de Trápaga, Barakaldo, Bizkaia. Años 60. Uno de los polos industriales de Euskadi. Medio centenar de grandes empresas se concitan en aquel territorio y una colonia de hombres y mujeres recorren andando sus arterias como una hilera de hormigas minúsculas que se mueven al compás de las sirenas de las fábricas, donde los turnos imponen su ley como las mareas. Una generación que sufrió una guerra fraticida en sus propias carnes, una posguerra devastadora y ahora la injusticia permanente de trabajar seis días y medio a la semana sin posibilidad siquiera de denunciar esta situación de semiesclavitud contemporánea.
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Sorginak, belagileak, lamias y Mari, Basajaun, los gaueko, Ttartalo, Sugaar son algunos de los seres que pueblan la mitología vasca entre sueños y leyendas, tradiciones paganas que se hunden en las raíces del tiempo y que la historia ha mantenido vivas al amor de sus brasas, forman parte de un imaginario colectivo que va más allá de lo racional y que se confunde entre las nieblas de lo real y lo imaginado, fundiéndose en un abrazo íntimo y particular.
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Y se ha quedado un tanto huérfano el paseo marítimo, que te echaba de menos desde hace unos meses, y parece que el mar rompa con menos bríos sobre la playa, que las gaviotas mantienen más quedos sus graznidos y que al roquerío de los espigones le cuesta más orquestar sus sonidos.
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número 21
Reposo mi mirada en ti,
como un pájaro marchito,
y hiere tu luz, daga de miel y risa como canto.
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Algunas de las primeras veces en las que vine a Marbella, me descolgaba trece, catorce, quince horas en aquel Estrella Picasso que con nocturnidad y cierta alevosía recorría de norte a sur los viernes y de sur a norte los domingos toda la península ibérica, conectando Málaga y Bilbao, Bilbao y Málaga.
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“Si alguien espera salir de esta clase con certezas, es mejor que abandone ahora mismo. El objetivo que tenemos este curso es sembraros de dudas para que seáis capaces de preguntaros a vosotros mismos el porqué de lo que os contamos desde este púlpito, no queremos formar alumnos adoctrinados, queremos formar ciudadanos y ciudadanas con espíritu crítico”.
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Todo buen veranófobo tiene detrás un gran otoñófilo. Esta aseveración quizá no se ajuste a la visión más científica y academicista, pero, el hecho probado tras al menos tres décadas de experiencia personal así lo constata.
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Cuando pasaba el tren debíamos callarnos porque el traqueteo de la vía férrea se colaba de manera estruendosa por los micrófonos y a aquellos púberes aprendices de periodista no se nos escuchaba.
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